Recientemente, a partir de una situación social en mi país de origen, el tema de la desocupación abrió una puerta para pensar más ampliamente este fenómeno complejo y multifacético.
Hace ya mucho tiempo que se estudian los efectos devastadores de la pérdida de la ocupación. Hablamos en una primera precisión de desocupación, no ya de desempleo, ya que bajo ese concepto se alojan no sólo el empleo, formal o informal, sino también las diversas formas de trabajo que refieren a los individuos a un lugar dentro de su cultura y sociedad.
Escribe: Lic. Isabel Marazina
Ilustración Mitucami Mituca
A partir de organizaciones de derechos humanos se ha instalado un dispositivo clínico, los grupos de reflexión con desocupados, donde se hace posible constatar varias formaciones de sufrimiento psíquico comunes en aquellos que se encuentran en esta situación.
Uno de los primeros fenómenos que se observa es una tendencia a la culpa por haber perdido el puesto de trabajo, que es enunciado como ‘lo perdí’, como si fuera de absoluta responsabilidad del sujeto mantenerlo. En general, la posibilidad de cuestionar ese enunciado inicial, abre caminos para pensar desde un lugar diferente al de la desvalorización y la falla:
¿Lo perdiste o te lo sacaron?
Otra cuestión muy común y significativa es la desorientación.
Un trabajo no es sólo un trabajo. Es un organizador psíquico-social, que como decíamos, inscribe a los sujetos en lugares de referencia dentro del medio en que viven. Es muy evidente, sobre todo en el caso de determinadas profesiones que se extinguen o pierden su lugar tradicional, que las personas que las ejercen pasen por estados de desorganización psíquica que traen aparejados diversos fenómenos depresivos, recurrencia a los estimulantes y alcoholismo.
En las familias de clase media baja, cuando el padre pierde el único salario que sustenta el grupo se manifiestan efectos disgregadores importantes: las mujeres y los hijos adolescentes salen a trabajar, generalmente en condiciones muy precarias.
El padre desempleado no se autoriza a continuar ejerciendo su papel —que parecería emanar de su capacidad de sustentación económica— frente a hijos que ahora traen el dinero a la casa.
Parte de nuestro trabajo está en poder separar esas funciones y ayudar a buscar nuevos ordenamientos posibles de preservación de los vínculos.
Tomo una pequeña anécdota extraída del trabajo de una compañera en el caso de un herrero que buscaba trabajo en su profesión desde hacía muchos meses sin poder conseguirlo. Durante las sesiones, este señor, un herrero robusto y musculoso, comenta que había hecho la torta de cumpleaños de su hijo, y que, a partir de ese trabajo, comenzó, dentro del barrio una encomienda por parte de los vecinos, un trabajo que él tomaba como un hobby. Trajo fotografías de diversas tortas que tenían una gracia muy particular, sorprendente en alguien de su naturaleza, y se comenzó a pensar en cómo autorizar un proceso de profesionalización que requería un salto psíquico importante de su parte. Si bien estoy tomando el caso de un segmento particular, estos fenómenos son observables en todas las clases sociales.
Cuando ambos integrantes de una pareja tienen trayectorias profesionales y uno de ellos se encuentra desocupado, no son raros los casos de ataques a la situación vincular motivada por la rivalidad y la envidia en relación al cónyuge que mantiene su lugar laboral.
Ciertamente se ponen en evidencia la calidad de los vínculos construidos, pero es innegable que el factor desocupación agrava y revela las fracturas existentes.
Si bien siempre hemos sabido que la plasticidad es uno de los factores más importantes de la salud psíquica, creo que vivimos una época donde esta faceta cobra particular relevancia, y no es menor en un mundo laboral particularmente mutable y fluido.
Gran parte del sufrimiento que relatamos proviene de las dificultades de los sujetos de encarar los procesos de mudanza real y simbólica que su situación trae aparejada.
* Isabel Marazina Psicoanalista. Maestra en Psicología Clínica. Analista institucional. Vive y trabaja en Buenos Aires, Argentina.
Ilustración Yolanda Oreiro (aka Mitucami Mituca) España.