Algo se transformó para siempre y nos puso de cara, con aparente violencia, a un abismo infinito.

Vivimos de espaldas a la muerte. Construimos una realidad que la excluye, así no podamos dejar de verla de reojo.
Entonces ocurre que una noticia inesperada nos sacude: una persona contemporánea muere súbitamente.

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Por Alexis Degrik
Imagen Silvia Demetilla



La condiciones no interesan: pudo ser un accidente catastrófico o la simple repentinidad, pudo tratarse de algo instantáneo o con un largo prólogo, pudo ser alguien cercano o no tanto. Pudo incluir la historia que incluyere; lo cierto es que esa persona que existía en el mundo de la forma, ya no existe como tal. Algo cambió. Algo se transformó para siempre y nos puso de cara, con aparente violencia, a un abismo infinito. 

Ahí, del otro lado de ese vértice donde termina el suelo de la existencia está la muerte. ¿Pero por dónde íbamos caminando hasta entonces sino por ese mismo borde que, ahora, es visible? Que es ahora claro sin las neblinas en que nos fuimos dejando envolver con el solo fin de eludir lo sencillamente frágil de la vida biológica. 

No hay otro camino. Hacia un lado el horizonte del infinito no ser, hacia el otro, el horizonte del infinito ser. La existencia, sin embargo, el centro de nuestra vida, está en el borde que los separa. Está en el ahora que transitamos. 
Ahora vemos lo que siempre existió, como siempre fue: tan frágil como majestuoso. El tránsito por la existencia, la inmensa integridad de la naturaleza que somos, lo sencillamente desmontable que es todo ese sistema con sólo tirar del hilo que desteje toda la trama. 

A mí me arroja a un baño de humildad. De volver a entenderme servidor de un tejido aún mayor. Sea la historia cual fuere ¿en qué podría yo basar lo injusto de un accidente fatal desde la óptica de ese tapiz inabordable, sino en mis propios juicios? Humanos, pequeños, emocionales, cargados de miedos personales y apegos, maravillosos, irrepetibles en toda la historia de la humanidad pero, por personales, insuficientes para generar paz. O luz. 

Si no sustento la paz ni la luz en mí, ¿Qué ofrezco al mundo? ¿Qué estela puedo dejar cuando decido volver a la fantasía neblinosa de quien construye un andar a espaldas de la muerte? Quién sabe. Quizá eso no pueda elegirlo y en pocos días, cuando la conmoción pase, volveré sin percibirlo a vivir como si mis pies (los de mi cuerpo y mi vida material) pudieran desviarse y cruzar a campo traviesa la llanura más firme y segura. 

Mañana estaré hablando quizá de mis asuntos, obnubilado otra vez por mi mundo construido… Y estará bien.
Quizás la maravilla resida en que estos atisbos inesperados despierten partes del corazón que iban dormidas. Y así, cuando esté mañana hablando de mis asuntos, tomándome un café con alguien o metido en mis quehaceres cotidianos, esté a la vez latente ese espacio del corazón que me entrega al servicio de la vida, que me ancla en la paz y la luz que habitan más allá de toda neblina. Que habitan, intocables, en el continuo ahora que mis pies no pueden dejar de pisar.

Alexis Degrik escritor, podcaster, músico.

Silvia Demetilla


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