Plásticos. La evidencia es tan abrumadora como escalofriante y, a juzgar por los números, el hecho de que no estemos todos sumergidos en un mar de plástico sería realmente milagroso si no fuese porque, en realidad, de un tiempo a esta parte nos venimos salvando de esa catástrofe sepultando el plástico en el mar.

Palabras: Julieta Cuneo
Ilustración: Lapatry Cruz


Ahora bien, que el mar se está ahogando en residuos de polímeros varios no es novedad para nadie, mucho menos para cualquiera que haya visto, o al menos escuchado hablar, de la serie documental de la BBC Blue Planet II, a la que muchos acreditan el mérito de haber despertado en la sociedad una ola de conciencia anti plástico y consecuente toma de acción sin precedentes al punto que, al menos en el Reino Unido, no es para nada inusual oír hablar del “Attenborough effect”, así bautizado en honor al emblemático narrador y naturalista inglés.

La serie en cuestión contribuyó infinitamente a poner el tema de la contaminación plástica bien alto en la agenda pública y política a nivel mundial, pero también es cierto que de nada sirve pintarse la cara de verde y señalar con el dedo de la policía moral ecológica a aquellos que siguen consumiendo plástico descartable —como si no entendiesen ni les importase que, claramente, están atentando en forma directa contra la supervivencia de la ballena azul —, si antes no somos capaces, como sociedad, de sincerarnos con nosotros mismos para tratar de entender qué fue lo que hicimos para convertir nuestro hábitat natural en este mundo plástico en el que nos movemos hoy.

Para empezar a contestar esa pregunta es fundamental, antes que nada, reconocer que al menos en el cada vez más extendido universo de los interesados por el ambiente, existe una cierta tendencia a idealizar un pasado idílico donde creemos que el mundo era un lugar mejor y en el que, gracias a la falta de supermercados, conservantes y obsolescencia programada, los seres humanos vivíamos en un estado de mayor conciencia, con menos estrés y más en contacto y armonía con el medio ambiente. De más está decir que este ejercicio colectivo de nostalgia retrospectiva parte de una selectividad casi criminal y, además, se apoya necesariamente en una mentira gigantesca: muchas si no todas las cosas que hoy son un problema ambiental surgieron en algún momento como una solución a otro problema anterior.

En agosto de 1955, por ejemplo, la ya desaparecida revista Life publicó un artículo que, en su momento, tuvo un mérito de esos que sólo se aprecian bien a la distancia. Titulada ‘Throwaway living’, no sólo instaló un concepto que aún hoy se usa para definir a nuestra sociedad de hiperconsumo, sino que la foto que la ilustraba era el arquetipo de una imagen que valía más que mil palabras: en el último plano, un hombre, una mujer y una niña —una familia, suponemos— sonreían felices detrás de capas y capas de objetos voladores perfectamente identificables y 100 % descartables. [La ilustradora, Lapatry Cruz, se inspiró en dicha fotografía para ilustrar este artículo].

Vasos, platos, cubiertos, bandejas, servilletas, sorbetes y recipientes varios saltaban desde la página hacia el lector transmitiendo, según el artículo, un mensaje de liberación del consumo, porque todo era desechable en la abundancia infinita. Liberación de la mujer frente al flagelo doméstico de tener que lavar el equivalente en vajilla todos los items efímeros de la foto que, según los cálculos de algún intrépido periodista, a la pobre ama de casa le hubiese llevado nada menos que cuarenta horas.

Todo esto que hoy nos parece espeluznante por una colección de motivos que ni siquiera hace falta enumerar, era perfectamente normal sesenta años atrás. Hoy, conscientes de todo esto, vale la pena detenerse a pensar seriamente cuáles de las soluciones que en la actualidad estamos proponiendo al problema de la contaminación plástica —platos compostables, zapatillas de botellas o sorbetes de bambú— tienen la capacidad de resistir la prueba del tiempo y por cuáles, en cambio, algún día nos van a venir a reclamar.

Julieta Cuneo es argentina, vive en Londres y se dedica a políticas públicas asociadas al uso sustentable de los recursos.

Patricia Cruz Parrilla (Lapatry Cruz). España. Artista visual formada en Bellas Artes y Diplomada en Diseño de Interiores. @lapatry_cruz