Estaba haciendo vaya a saber qué cosa cuando me encontré con la historia de Françoise Gilot, como siempre que me cruzo con una historia… Venía leyendo sobre las mujeres en el arte y la poca notoriedad que se les daba y el poco espacio. Mujeres que se disfrazaban de hombres para pertenecer o participar de ciertas actividades artísticas, deportivas, musicales.
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Escribe Soledad Galván
Pensaba en el lugar que ocuparon en el arte antiguo estando tiradas en camas mientras eran retratadas haciendo nada cuando la mujer es tan activa, de tantas maneras diferentes. De hecho, recomiendo una muestra fotográfica que vi hace poco en el museo donde trabajo que se llama 500 Strong de la artista australiana Ponch Hawkes y que retrata a las mujeres, mayores de cincuenta y desnudas, posando totalmente activas y haciendo, como solemos hacer, mil cosas a la vez.
Me paso muchas horas pensado en esto y en cómo las cosas poco a poco a paso de tortuga, pero firme, sigue abriéndose un camino especial.
Esta mujer me fascina porque es espejo en algún punto. Se llama Françoise Gilot.
Y sin aleccionar a nadie sobre nada —que la sensibilidad nos come los tobillos—.
Dicho esto, he tratado muchas veces de convencer a mis amigas de dejar imbéciles.
Me he convencido a mí misma más de una vez. Me ha llevado tiempo. Les ha llevado tiempo y algunas, persisten. Cuando las oigo maternar en soledad y el trabajo del marido sigue siendo prioridad porque produce más dinero o porque su carrera es más importante, cuando no pueden tener tiempo para ellas solas, cuando aguantan engaños, cuando saben que no se les está dando ni la mitad de lo que ellas dan, cuando todavía se ofenden si no se quiere tener sexo tan seguido como ellos desearían.
Me desespero.
Françoise que habrá atravesado momentos de incertidumbre y dolor también, un día lo logró y le pegó una patada a Pablo Picasso en el culo y le dijo, hasta acá llegue. Y se fue. Fue la única que se fue. Fue la única que no se quedó a pesar de la fama, el dinero, el arte, los hijos, el amor. No lo hizo rápido, estuvo con él casi diez años. Era y es, una artista exquisita y, así y todo, muchos no sabíamos ni que ella existía. Se enamoró de Picasso cuando tenía veintiún años y el sesenta y uno. Ella vive. Tiene ciento un años. Él es todavía el pintor mejor pago de la historia, muerto desde 1973.
Como amenaza para que no lo dejara, le dijo que ningún coleccionista de arte iba a comprar su obra, que él se encargaría de ello. Fue abusada físicamente no sólo por las amantes de turno sino por el mismo Picasso. Luego Françoise sacó un libro, que el trató de frenar con abogados para ser publicado (Vida con Picasso) y no logró detener. Todas las ganancias del libro las terminó usando para poder lograr que sus hijos se convirtieran en sus herederos legales (ya que no estaban casados) y para mantenerlos porque él, como estaba ofendido, se negó a verlos durante mucho tiempo.
Pienso en su o sus amigas, su grupo que aconsejó y sostuvo semejante decisión y la vio llorar cada vez que él la engañaba. Pienso en esas personas que te dicen una y mil veces que te vas a golpear la cabeza, y no escuchas. Pienso en las amenazas donde los peques se ponen en el medio y los egos en lo alto. Pienso en no poder dejar algo que amas pero que no te aporta y te achica cada día y te va convirtiendo en una sombra de lo que eras. Pienso en el capricho masculino. Pienso en el capricho femenino. La libertad de adueñarse de una vida y luego tratar de ponerla en jaque por despecho y hombría pisada. Él mismo declararía sobre las mujeres en sus retratos:
«Todas esas mujeres no están posando como una simple modelo aburrida. Están atrapadas en la trampa de esos sillones como pájaros encerrados en una jaula. Yo mismo las he aprisionado en esta ausencia de gesto.»
Y sí. También hay mujeres malas e inestables y vividoras. Y sí, las mentiras y las relaciones son complejas. Y sí, no controlamos de quién nos enamoramos. O un poquito tal vez.
Pero me tomo este ratito para dedicarle a esa amiga de Françoise que le dijo “Déjalo que es un bobo, no sirve para nada”, un manifiesto de reconocimiento.
La soledad es igual de hermosa que una relación es de igual a igual.
Cuando hay violencia física, verbal o financiera hay que encontrar esa persona que te va a atajar en la caída. Que los niños dejen de ser escudo de mierda.
Que poder irse a tiempo sea una ley universal más.
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