Un día se perderá la memoria y sólo quedarán las fotografías suspendidas en el tiempo, casi vacías de significados.
Escribe: José An. Montero
El turismo se parece bastante a una desmemoria selectiva en la que lo típico y lo tópico de la postal turística contribuye a acentuar el claroscuro hasta conseguir que desaparezcan los matices y todo forme parte del escenario.
La postal es a la fotografía lo que el turista es al anciano sentado al sol en la plaza. Frente a las miradas apresuradas tras el objetivo del excursionista, la observación del paisano que comparte el mismo frío en los huesos y las mismas quemaduras en la piel. Uno mira y otro observa. Ahí precisamente radica la potencia del Almagro que retrata Manuel Ruiz Toribio. En un tiempo en el que todo es fotografía-performance, se hace necesaria la fotografía-memoria, la mirada con sentido, con mundo interior. Recuperar el sentido ancestral, casi sagrado de la fotografía.
En el Corral de Comedias terminó la función, los actores se han despojado ya de sus vestuarios y sus maquillajes y el visitante apresurado regresó a su autobús rumbo a un nuevo destino. Entonces es cuando surge la cámara del fotógrafo para captar lo esencial que aún queda, lo que aún no ha sido arrastrado en este aluvión de uniformidad. Los trabajadores del universal festival de teatro recuperan el centro de la vida cotidiana y se mezclan con los panaderos y los pasteleros, con el paisano, con el que se prepara para celebrar su fiesta ancestral de San Blas, San Antón o San Jorge.
La mirada del fotógrafo entra en los hogares como la normalidad del vecino de toda la vida para sentarse a la fresca en el patio almagreño o para compartir unas berenjenas. Bodegones de cotidianidad que recrean la mirada en lo familiar, en lo vivido, en la naturalidad con la que vivía este pueblo, sus encajes, sus blondas o su fábrica de gaseosas, de un tiempo en el que los dragones que engalanan los canalones formasen parte natural de los mapas del mundo conocido.
Almagro. En un lugar de la Tierra (Alambre Ediciones, 2020) es la anti postal en el lenguaje de Nicanor Parra. Sus fotografías son gritos de la vida real que se escapa entre las yemas de los dedos. Son la mirada de lo que está a punto de dejar de existir, de la vida antes de que se volcasen sobre las calles toneladas de turistas. Esos turistas que somos todos.
Manuel Ruiz Toribio ha retratado durante décadas lo que aquí ocurría para la agencia EFE, es el fotógrafo que aparecía para inmortalizar los grandes momentos y ante el que se posaba con la mirada y el traje de gala. Tuvo que viajar a la India para comprender la universalidad de su vecino. Tuvo que recorrer el Amazonas para descubrir todo el misterio del Guadiana y aprender a trazar el hilo que une al ser humano con sus ríos.
Si en Guadiana reina el asombro del Ulises suspendido en el mismo momento de regresar a su tierra, en Almagro se muestra la mirada del héroe que descubre que el tiempo ha pasado, ajando las pieles y haciendo que en los huesos pesen los golpes de las batallas y las odiseas ya lejanas. Almagro, en el objetivo de Manuel Ruiz Toribio, se transforma en esa Ítaca universal en la que habitamos y en la que descubrimos que los rostros de nuestros recuerdos sólo habitan ya en el pasado, que el tiempo avanzó y que un día, más o menos cercano, sólo quedará la fotografía de un tiempo feliz en el que sonreíamos vestidos de domingo.
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