"Las intrusas", la nueva novela política de Santiago Díaz-Bravo, emplea personajes reales sobradamente conocidos al igual que en su precuela, "El hombre que fue Viernes", donde se escenificaba la reacción de los jóvenes españoles a quienes les falló su propio país para convertirlos, primero en expatriados y, posteriormente, en una suerte de vengadores.

Las intrusas (Pie de página, 2021) es la nueva novela del periodista y escritor residente en Londres, Santiago Díaz-Bravo (La Orotava, 1968). Presentada en la reciente Feria del Libro de Madrid, Las intrusas es una secuela de la polémica El hombre que fue Viernes, donde la emigración de cientos de miles de jóvenes españoles tras la crisis de 2008 tornaba en el punto de partida de una España que se sumerge en una bacanal de violencia y cambio político.

Continuando con la trama mitad de acción, mitad de política, de El hombre que fue Viernes, donde una desconocida organización terrorista volaba el Congreso de los Diputados y asesinaba al rey Felipe VI, obligando a la reina Letizia a ponerse al frente del país, Las intrusas se desarrolla en octubre de 2015 en Reino Unido y España. Seis meses después de los acontecimientos de Madrid, Londres se ha convertido en una ciudad asediada por el desabastecimiento y la violencia. El gobierno del entonces primer ministro, David Cameron, se muestra incapaz de hacer frente a tal situación de caos.

En mitad de cuanto acontece en una apocalíptica capital británica surge el grupo de antihéroes que ya hizo acto de presencia en El hombre que fue Viernes. Ellos saben que todo cuanto acaece se halla estrechamente vinculado con los sucesos que asolaron España y se ponen por obra lo que puede considerarse una misión utópica: evitar que cambie la historia. De forma paralela, en un pequeño pueblo de Mallorca un grupo de jubilados ociosos se embarca en una misión que se descubre no menos peligrosa: la revelación del misterio que envuelve a los nuevos propietarios de una casona vinculada al archiduque Luis Salvador. Incautos, desconocen el sólido hilo que une a dicha finca con los sucesos de Madrid y Londres.

—Su anterior novela y precuela de Las intrusas, El hombre que fue Viernes, fue definida por su propia editora como «una salvaje e irónica ficción terrorista». Incluso fantaseó con la posibilidad de que, tanto usted como el principal responsable de Editorial Pie de Página, acabasen entre rejas. ¿Será Las intrusas la que los lleve, esta vez sí, a dar explicaciones ante un juez?

SDB —Si ambos libros hubiesen visto la luz unas décadas atrás, no le quepa duda. Afortunadamente tanto en España como en el Reino Unido impera hoy en día la libertad de expresión. A los personajes de carne y hueso que aparecen en ambas tramas no les queda otra que apechugar con las esclavitudes inherentes a la notoriedad pública. Me consta que a algunos de ellos incluso les ha hecho gracia aparecer en sus páginas.

A eso me refiero, porque tanto en El hombre que fue Viernes como en Las intrusas usted hace uso, a capricho, de embajadores, primeros ministros, los gobiernos en pleno de España y el Reino Unido y, no contento con ello, destacados miembros de las monarquías de dichos países y los países vecinos. Todos de carne y hueso e identificables. Permítame que, con el ánimo de evitar revelaciones al lector, obvie en esta pregunta el controvertido destino de algunos de ellos. ¿No entiende que debe haber un límite en cuanto a la instrumentación de los personajes reales?

SDB —Obviamente podía haberle dado vida a la reina María en lugar de emplear a la reina Letizia; y coronar a José Manuel I en vez de recurrir a Juan Carlos I; y nombrar a Sam Smith primer ministro en vez de echar mano de Boris Johnson, pero en ese caso hablaríamos de otras novelas, nunca de El hombre que fue Viernes y Las intrusas, donde ese uso e instrumentación de los que usted habla no son un capricho, sino un requerimiento argumental. El hecho de emplear personajes reales, sobradamente conocidos, en una trama de ficción dota a dicha trama de un especial interés y significado, máxime en un mundo tan entregado a los medios de comunicación. Si la realidad me brinda los personajes que quiero para mi novela, ¿por qué voy a inventármelos?

Santiago Díaz-Bravo

Pero es que usted a algunos de ellos no solo los utiliza: los maltrata.

SDB —Entiendo que no se ha cruzado ningún límite éticamente infranqueable. De acuerdo: ha habido lectores que se han sentido violentados por la trama de El hombre que fue Viernes, que decidieron cerrar la novela en una página determinada porque no eran capaces de asumir escenarios de violencia que consideraban inadmisible, o simplemente no estaban dispuestos a hacerlo o lo entendían como una falta de respeto, pero ese es uno de los riesgos que asumen tanto el escritor como el lector. La gran mayoría, quienes continuaron hasta el final, hallaron sentido a lo que narraban las páginas anteriores, y una obra literaria es un todo. A un cuadro no se le puede juzgar por las esquinas, ni a una novela por diez páginas.

Y luego están el resto de los personajes: esos jóvenes resentidos con su país que cruzan el límite hasta convertirse en terroristas; esos policías jubilados que se ven abocados a asumir una responsabilidad que ni en sus peores pesadillas habían imaginado; ese mentiroso patológico que escribe de guerras en las que no ha estado presente. No me diga que también son reales.

SDB —Permítame que responda a su pregunta con otra pregunta: ¿dónde acaba la realidad y dónde empieza la ficción? El escritor no es un ser unicelular surgido de la nada. Vive en el mundo y se nutre de la experiencia y la interacción con sus iguales. Cada uno de los seres humanos es el producto de su entorno. El camarada Esparza, Celia, el inspector Laranga, el superintendente Sturridge, el incansable Pere Caldentey y su sobrino, el corresponsal de guerra, son producto de mi imaginación, pero ni siquiera la imaginación es libre porque se halla sometida a la experiencia. Suelo rogarles a mis amigos que me perdonen si se reconocen en alguno de mis personajes y tal circunstancia no les agrada, porque probablemente haya echado mano de ellos de forma inconsciente. Un escritor no es sino una esponja que absorbe lo que se halla a su alrededor para luego exprimirse y crear un mundo paralelo. Ese mundo paralelo es una versión del real donde rige un orden diferente.

En El hombre que fue Viernes se escenificaba la reacción de una generación perdida, la de los jóvenes españoles a quienes les falló su propio país hasta convertirlos primero en expatriados y, posteriormente, en una suerte de vengadores. De terroristas, hablando claro y sin tapujos ¿Cuál es el vínculo con Las intrusas?

SDB —¿Conoce usted las torres de Colón, dos de los edificios más pintorescos de Madrid? Su construcción empezó, literalmente, por el tejado. Hace poco un amigo me apuntaba el paralelismo entre tales inmuebles y las dos novelas. El hombre que fue Viernes es el tejado y Las intrusas, la estructura. Ambas obras fueron ideadas a un tiempo, y también la idoneidad de un orden que contraviniese la lógica. La primera (El hombre que fue Viernes) refleja el fracaso de la política y sus consecuencias; la segunda (Las intrusas) el origen de dicho fracaso y el oscuro devenir que conllevaría mantener el rumbo. A menudo empezar por el tejado clarifica las cosas. Da pie a solidificar los cimientos y amoldar la estructura.

—Las intrusas, ¿es un manual político?

SBDNi mucho menos, pero sí una advertencia: la de que la historia no se ha detenido. Por el motivo que sea, las sucesivas generaciones creen formar parte del último capítulo de los libros, pero no porque teman que el mundo vaya a sucumbir a la caída de un meteorito, sino porque están convencidas de que todo lo que ha acaecido durante siglos ha tenido como único objetivo conformar el mundo en el que vivimos. Podemos considerarlo una enfermedad de las sociedades acomodadas. Es lo que Ortega y Gasset definió en 1929 como «la plenitud de los tiempos». Tendemos a creer que la historia se ha acabado, que hemos alcanzado la estabilidad, que no se aventuran cambios relevantes en el devenir inmediato. Paradójicamente, es la idea que rondaba en las mentes de las generaciones que acabaron por sufrir las grandes guerras del siglo XX.

¿Por qué Las intrusas da el salto a Reino Unido, a un Londres ahogado en el caos? ¿Por qué Londres?

SBD Limitar el foco de la acción a España hubiese sido injusto. El efecto mariposa siempre ha presidido los designios de la humanidad, máxime en estos tiempos en los que más que nunca, tecnología mediante, hay que darle la razón a Marshall McLuhan: formamos parte de una aldea global. Londres es, además, la capital del mundo, la mayor concentración de nacionalidades, razas, religiones y creencias sobre la faz de la Tierra a lo largo de la historia. Su valor simbólico es indiscutible. Y si tenemos en cuenta que Las intrusas se adentra en cuestiones vinculadas a las formas de gobierno ancestrales, parece el escenario idóneo. Además, es la ciudad en la que vivo. ¿Por qué voy a buscar otra? Si empleo a personajes de carne y hueso para mis novelas, ¿por qué no voy a echar mano de las calles por las que paseo? A menudo escribo en mi cabeza mientras transito por un parque o me tomo un café. Me imagino a los personajes caminando por las aceras a mi lado, sentados en la mesa mirándome con curiosidad. De pequeño jugaba partidos de fútbol imaginarios donde era a la vez los veintidós jugadores. Una locura como otra cualquiera. Y una forma de ganar partido tras partido, claro.

Ha sacado a colación el asunto de las formas de gobierno ancestrales. ¿Es una de las reivindicaciones de Las intrusas?

SBD —Repito: Las intrusas no es un manual político ni aspira a serlo. En ningún momento reivindica la idoneidad de una u otra forma de gobierno, sino que advierte, en ocasiones de forma harto subrepticia, de los riesgos del acomodo político, de la peligrosa tendencia a pensar que las sociedades no pueden cambiar a peor.

Las intrusas aborda temas serios, qué duda cabe, pero, al mismo tiempo provoca la sonrisa y, debo reconocerlo, la carcajada. Ocurre en la trama paralela que se desarrolla en un pueblo de España, de la que hablaremos seguidamente, pero también en la de Londres. ¿Política y humor? ¿Violencia y humor? ¿Drama y humor? ¿Blanco y negro en la misma página?

SBD —Existe la tendencia a considerar el humor como un añadido, y nada más lejos de la realidad. El humor forma parte de la vida en todo momento, incluso en los capítulos más dramáticos de la existencia. Lo de asociar el humor exclusivamente con la risa y la diversión es un error habitual. De risa, si se me permite la redundancia.

Usted ha trabajado como periodista durante veinte años, en buena medida vinculado al seguimiento de asuntos políticos. Entiendo que parte de esa experiencia se habrá volcado en El hombre que fue Viernes y Las intrusas. No hace falta que me repita que no se trata de manuales políticos, pero usted mismo ha subrayado que la ficción resulta inseparable de la experiencia.

SBD —Siempre he sentido una enorme atracción por la política, pero sobre todo por la intrapolítica, lo que ocurre detrás de las bambalinas, que a menudo no aparece reflejado en los libros de historia pero que, con frecuencia, marca el sino de los tiempos. ¿Se ha preguntado cuántas guerras habrán tenido su origen en una discusión entre un rey y una reina provocada por un asunto trivial? ¿O simplemente por un malentendido idiomático entre dos embajadores? ¿O por unas copas de más? La política es una de las consecuencias del comportamiento humano, y los humanos no somos máquinas. El amor, el odio, el orgullo, la vanidad, el llanto, la risa, son parte inherente de la actividad política y marcan el rumbo del mundo.

—¿Acaso ha sido usted testigo de una discusión entre un rey y una reina?

SBD —Le sugiero, y sugiero a sus lectores, que busquen en internet el vídeo del flirteo entre el por entonces presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, y la por entonces primera ministra de Dinamarca, Helle Thorning-Schmidt, en el funeral por Nelson Mandela y en presencia de la esposa del primero, Michael Obama. Ésta reaccionó con contundencia ante tal desliz no solo enfurruñándose, sino cambiando el asiento a su marido. Tales episodios banales afectan, de una forma u otra, a las grandes decisiones políticas. Es probable que Barack Obama, para congraciarse con su esposa, evitase nuevas reuniones con su colega danesa durante un largo periodo. Y eso no es poco, porque el poder decisorio de dos primeros espadas no es el mismo que el de los subalternos. Y hablamos de un escenario democrático. Imagínese usted lo que pudo ocurrir, y seguramente ocurrió aunque los libros no lo reflejen, siglos atrás en unos sistemas políticos fundados en poderes unipersonales.

—¿Ha presenciado usted en «petit comité» alguno de esos acontecimientos intrapolíticos?

SBD —Por su propia naturaleza, resulta complicado ser testigo de un acontecimiento intrapolítico, pero tuve la suerte de presenciar uno de enorme relevancia en 2004, durante el referéndum revocatorio del comandante Hugo Chávez en Venezuela. Tanto la prensa internacional como las dos principales entidades observadoras del proceso, el Centro Carter y la OEA, teníamos como base el hotel Meliá Caracas, que se había convertido en una especie de fortín. Cada día a partir de las 8 de la tarde, tras una jornada de visitas a barrios chavistas y municipios antichavistas, de citas con bolivarianos y opositores, y tras enviar las correspondientes crónicas al periódico, uno se topaba en el bar del hotel con los ex presidentes de Colombia César Gaviria y Belisario Betancourt, los ex dirigentes argentinos Raúl Alfonsín y Eduardo Duhalde o el ex mandatario costarricense Rodrigo Caraso, todos miembros de la OEA. Allí departían acerca de sus experiencias del día como observadores de aquella controvertida cita con las urnas. Respetando la debida neutralidad, no atendían a entrevistas, pero hablaban con nosotros sin tapujos, a sabiendas de que en la mesa de al lado, camuflados como inocentes huéspedes, escuchaban oídos vinculados al gobierno chavista. De sobra sabían que sus palabras iban a traspasar los muros del Palacio de Miraflores. La importancia que el chavismo concedió a aquellas reflexiones probablemente facilitase que tanto la OEA como el Centro Carter avalasen la limpieza del referéndum. Sin tales avales, el resultado del revocatorio no habría tenido valor alguno a ojos del mundo. Unos comentarios aparentemente informales, aunque deliberadamente teatrales, hicieron posible el éxito de una convocatoria histórica y consolidaron la continuidad de lo que había tornado en un régimen.

Los jóvenes son protagonistas en sus novelas, pero también los personajes de edad avanzada. Máxime en Las intrusas, donde se desarrolla la historia paralela de los jubilados con delirios detectivescos. ¿Qué necesidad había de turbar la tranquilidad de un pueblo con sucesos tan graves?

SBD —Volvemos al efecto mariposa y la aldea global. Lo que ocurre con quienes usted denomina jubilados detectivescos, me encanta esa expresión, en Valldemosa, un pequeño pueblo de Mallorca, halla sentido en los sucesos de Londres y viceversa. Es a un tiempo contrapunto y origen. Además, algunos de esos personajes son especialmente dados a crear realidades paralelas. Estas tienen poco que ver con la mentira, porque una mentira resulta obvia y cuenta con fecha de caducidad, pero una realidad paralela compite con los hechos en igualdad de condiciones porque se sirve de ellos y los manipula magistralmente, a menudo recurriendo a las emociones. Su relevancia en el mundo de contemporáneo resulta innegable. Ha llegado a convertirse en un arma de guerra de primer orden.

—También recurrió a jubilados en El hombre que fue Viernes.

SBDLos jubilados, las personas de edad avanzada en general, son la experiencia, y la experiencia lo es casi todo. Probablemente sean quienes más puedan aportar a la sociedad aunque se les niegue, por activa y por pasiva, dicha aportación. En El hombre que fue Viernes el grupo de jubilados se empeña en el baldío esfuerzo de evitar que cambie la historia. En Las intrusas, algunos siguen absortos en tal menester.

—La suya parece una fijación. ¿Por qué ese empeño en cambiar la historia?

SBD —Algún vicio hay que tener.

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