Dentro del gran tema de los desplazamientos migratorios no parece posible pensar en generalidades. Hay desplazamientos que se deben a los más diversos motivos y cada uno marca el sujeto de su forma peculiar. Hoy nos interesa hablar de las marcas que dejan los desplazamientos en el espacio psíquico de las personas.
Lic. Isabel Marazina
Ilustra Vivian Pantoja
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En una primera instancia, podemos hacer una diferencia entre desplazamientos realizados por una elección posible, como la búsqueda de nuevos horizontes, experiencias vitales, etc. y aquellos que se deben a motivos inaplazables que, generalmente son los que ponen en riesgo la vida de los sujetos. Estos, no necesariamente se deben a motivos políticos, si bien son los más comunes y están enmarcados por la persecución y eliminación de los opositores a un régimen. También, y hoy lo vemos con bastante claridad, están los desplazamientos de ciudadanos de países extremamente convulsionados y con situaciones de riesgo real que se ven obligados a abandonar sus tierras, muy a pesar suyo, en busca de un espacio vital posible.
Si hay algo común en toda migración es la inscripción en el sujeto de una expulsión por parte del país de origen, porque éste no ofrece condiciones políticas afines o económicas para su vida. He atendido a muchas personas emigradas o descendientes de grandes procesos migratorios que, en algún momento, evidencian una marca que puede enunciarse así: No me han deseado, soy descartable.
Esta inscripción puede desdoblarse en varios trazos imaginarios que impulsan al sujeto, ya sea en dirección a un esfuerzo de adaptación en la nueva tierra o a replicar un espacio de marginalización de ese nuevo espacio que asume intensidades variadas.
La guetificación es un ejemplo claro de esa posición, que se da inevitablemente asumiendo mayor o menor intensidad cuanto más alejadas están las características de la cultura que se dejó y la que se vive. Entre esas distancias no es menor el lugar que la nueva cultura reserva al que llega en un complejo entrecruzado de posibilidades económicas, prejuicios existentes en relación a grupo social, raza, religión y tantos otros trazos de los cuales el recién llegado es un depositario más o menos consciente.
En mi clínica he atendido, y atiendo, a numerosos descendientes de inmigrantes con historias que se abren en un amplio abanico de estas marcas y su forma singular de procesarlas. He presenciado los esfuerzos de la primera generación para inscribirse como trazo significativo en el nuevo medio siendo muy marcada la búsqueda obtención de espacios, ya sea en el terreno económico —los hacedores de empresas y fortunas— cuanto en el campo simbólico, a través de la obtención de cargos y funciones significativas en su comunidad. Es claro que esas tentativas, muchas veces bien sucedidas, no logran recubrir del todo el desgarramiento.
También he sido testigo del retorno en sus descendientes de lo que fue preciso reprimir para realizar esa inscripción. De diversas maneras, el encargo a esos descendientes es de asumir una melancolía que retorna a través de diversas inhibiciones o una cierta apatía vital. Lo curioso es que estas situaciones dejan a esos descendientes en una relación de una dependencia de sus progenitores que parecen precisar de estos hijos “fallidos” para proteger en ellos los abandonos sufridos en el desgarro de su propia migración. En muchos casos, es la tercer generación que puede de forma críptica, al estilo del inconsciente, comenzar a enunciar algo de estas marcas que retornan en forma de sueños, de actuaciones inexplicables que abren el campo de la interrogación, por tanto de la palabra compartida.
Recuerdo el caso de una paciente cuyos abuelos paternos llegaron al nuevo país después de haber pasado por campos de concentración. En ella, se evidenciaba una fuerte inclinación al trabajo con pacientes que pasaban por procesos de luto intenso, además de una obsesión por mantenerse en un peso extremamente bajo, que no obedecía a ningún cuadro anoréxico. El trabajo del análisis permitió deslindar lo que en ella se daba como una enorme culpa por vivir, y su forma de “redimir” esa culpa a través de una posición de sacrificio. De hecho, en esta familia que había alcanzado un enorme suceso económico, la única persona que se dirigió directamente a los abuelos para pedir que hablaran de esa experiencia terrible, fue ella.
Hoy, que estamos frente a un proceso de desplazamientos migratorios de una enorme extensión, tal vez comparables a lo sucedido en la primera mitad del Siglo XX, es necesario tener muy claro que los efectos psíquicos de estos fenómenos se suceden y se arrastran a lo largo de muchas generaciones, de forma sutil, pero no menos poderosa, y que estos efectos no solo afectan los sujetos, sino también todo el tejido social en que ellos instalan sus formas de existir.
Aún no hemos conseguido armar un pensamiento consistente sobre los efectos que se suceden en aquellos que deben atravesar la ausencia de los que se fueron. Pero, sin duda, es parte insoslayable del pensamiento sobre este fenómeno que hace parte de la vivencia de los pueblos.
Lic. Isabel Marazina Psicoanalista. Maestra en Psicología Clínica. Analista Institucional. Vive en San Pablo (Brasil).
Vivian Pantoja Artista visual @vivianpantoja1
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