La escritora Luz Martí y su proyecto Death o cómo dejar de darle importancia a lo que, a cierta altura de la vida, ya no la tiene.

Escribí y armé mis propios libros desde muy chiquita y, con el tiempo, (me distraje y pasaron casi sesenta y cinco años), me convertí en lo que quería ser: escritora, periodista freelance y poeta. Sigo llena de ideas y de planes, aunque estoy, como dice mi amigo Pablo, embarcada en el “Proyecto DEATH”: ir sacándome de encima cosas que ya no necesito: libros leídos de los que puedo prescindir, vajilla que demande mucho cuidado, manteles heredados que no voy a usar nunca, ropa que no volveré a ponerme. Quedarme con lo más preciado. Lo demás ¡CHAU! El tiempo es nuestro único lujo. Es importante saberlo, y no quiero desperdiciarlo cuidando objetos inútiles ni perdiendo horas con gente que no me importa.

Escribe Luz Martí
Foto Silvia Demetilla

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Una de las primeras cosas que tiré a la basura fue una carpeta forrada en cuadrillé rojo y blanco donde archivaba recetas que un tiempo después, o sabía de memoria o sabía, también, que eran demasiado complicadas para alimentar a un marido y a tres hijos varones de 1.90 m, donde la ecuación es siempre mucho = bueno. Internet luego me aclaró las pocas dudas que aparecieron respecto a mis platos. Siguiendo esa línea, la otra cosa que hice fue alejarme lo más posible de la cocina y alimentarnos, los dos ya solos, con una comida sanísima, casi de hospital, que era la más simple de hacer, freezar y resucitar.

Siguiendo con los postulados del Proyecto Death, dejé de ir a fiestas de casamiento. Siempre las odié, a los novios muchas veces ni los conocía, con los padres sólo podía cruzar un saludo porque ellos estaban en su “modo padrino” y en la mesa me sentaban con gente desconocida a la que no escuchaba por el volumen de la música. No fui más, mando un regalo y me quedo, encantada, mirando tele en mi cama.

Dejé de intentar emprendimientos de fabricación y venta de productos simpáticos para la casa porque me convencí de que no me interesa vender, soy malísima cada vez que lo intento y termino llena de “remanentes” que no encuentro a quién regalarle.

Cambié mi idea acerca de viajar: antes, con ir a conocer algo o pasear por una ciudad que no fuera Buenos Aires, era suficiente (en realidad, escapar a lo cotidiano era lo “suficiente”) Hoy quiero otras cosas, ver lugares específicos, conocer a gente interesante, inspirarme en ambientes nuevos para poder contarlo. Ir por ir, no me atrae más.

Empecé lentamente a hacerme mi lugar fotografiando durante horas y armando producciones caseras para lograr los efectos deseados. Descubrí en eso una enorme felicidad y el uso del tiempo empezó a tomar una importancia vital. Entonces me apuré a regalar las cámaras analógicas segura de que jamás volvería a tocarlas y me quedé con una chiquita y cómoda que puedo llevar en la cartera sin que se me disloque un hombro. Menos es, sin duda, más.

También abandoné los talleres literarios porque me aburría escuchar lo que escribían los demás (unos porque eran notablemente malos y los otros porque escribían mucho mejor que yo y me desanimaban). Ya había transitado suficientes, escrito humor, cuento, micro relato y poesía. No quería oír a nadie para inspirarme. Lo que necesitaba era silencio y tiempo para trabajar.

Hice una especie de “re ingeniería” de mi tiempo doméstico y conseguí cantidad de horas seguidas (la clave es la no interrupción de los procesos) para leer, escribir y encontrar la posibilidad de publicar mis textos. Empecé gracias a los blogs, seguí con las redes y finalmente conseguí escribir notas para un par de publicaciones. El periodismo freelance me trajo, como lo más preciado, la posibilidad de elegir a quién entrevistar, de acceder a gente que me interesa y a quiénes, sin mediar esos reportajes, no hubiera podido conocer. Cada vez que entrevisto a alguien me informo de todo lo que ha hecho, veo sus videos en Youtube, estudio su vida y obra casi como una acosadora profesional. Las horas sumergidas en esa investigación pueden ser eternas pero ni me doy cuenta, son mis preferidas junto con las que le dedico a la corrección del texto: ver cómo va tomado fuerza y forma cambiando algunas frases de lugar, encontrando la palabra exacta, el sinónimo perfecto. Hoy, sentada en casa o en un café con mi computadora, tranquila, soy feliz haciendo lo que más me gusta. Que la escritura y yo nos hayamos encontrado a esta altura de la vida es casi una epifanía. Tal vez por esa actitud frente a un nuevo tiempo, este año llegue la publicación de mi segundo libro de poesía.

Con los textos listos, gracias a mi amiga de la escuela primaria, PHD en literatura latinoamericana que me ayudó con la edición, llovieron regalos inesperados: la oferta editorial para publicarlo, la de un artista para hacerme la cubierta, la de alguien a quien admiro para escribir el prólogo y hasta el ofrecimiento de una galería de arte para presentarlo. Todo, así, porque sí, todo sin que yo lo pidiese y todo sin necesidad de pagarlo (aunque estaba dispuesta a hacerlo como quien se regala un anillo bonito).

Lo único que mi nuevo hijo no tiene todavía, es nombre, pero ya llegará, porque en eso estamos con los que me ayudan a traerlo al mundo. En tres meses nos conoceremos las caras. Le rozaré suavemente los cachetes, pediré que no le corten el pelo suave y cuando estemos a solas, le contaré los deditos para asegurarme de que todo esté bien, antes de llevarlo a casa bien arropado para presentarlo a todos, como una madre vieja.

Luz Martí
Silvia Demetilla


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