Celebrando el día de la creatividad y la innovación, hablamos de las ideas geniales que todas tuvimos alguna vez en la vida y, de cuya mano llegarían la realización profesional y personal.

Escribe: Silvia Demetilla
Ilustra: Archtattoo

Somos seres que bailamos en torno a la creación. Sentimos devoción y adoramos todo acto creativo, —propio o ajeno—. Y en medio del caos que a veces genera imaginarlo ¡qué no daríamos para que la inspiración nos acercara una idea genial de tanto en tanto! A veces, ocurre. Surge y mientras nos seduce con su inverosimilitud le construimos una incubadora en la que se posa como una mariposa, como una idea-mariposa. A fuerza de consistencia y de buenos cuidados, nuestra la idea-mariposa va cumpliendo las etapas de la metamorfosis hasta tomar conciencia de todo su potencial. Un día, viendo que tal vez no le quede mucho tiempo de existencia, —bien sabemos de la fugacidad de la vida de las mariposas—, nos pregunta ¿para cuándo?

Probablemente no haya ser en la tierra que no se maraville con el misterio de una mariposa. Desde niñas nos enamoramos de ellas a primera vista y las perseguimos en su recorrido hipnótico de flor en flor. Recuerdo un video en el que mi hija corre detrás de una mariposa blanca gritando ‘¡la mari, la mari!’, y es ese preciso instante mágico al que me estoy refiriendo.

Con la idea no alcanza

Todas tuvimos ideas que rozaran la genialidad en algún momento de nuestras vidas, proyectos que creíamos que merecían toda nuestra atención y de cuya mano llegarían la realización profesional y personal. Soñar es fácil. Tal vez… demasiado fácil. No hace falta invertir ni tiempo ni dinero, ni hay potenciales riesgos. La cruel verdad es que la idea, a menos que seamos Leonardo Da Vinci, es la punta del iceberg y apenas un instante romántico de nuestra idea-mariposa.

Pero entonces, si todo fluye como en la naturaleza, ¿por qué no concretamos las ideas que tenemos si sabemos que tienen potencial? ¿Qué podría salir mal? La respuesta es sencilla. Con la idea solamente no alcanza. Con el momento de inspiración no basta. Es bonito, hermoso, pero no es suficiente.

Para materializar cualquier idea o proyecto hace falta tiempo y esfuerzo, —¡en general mucho!—, pero fundamentalmente es necesario salir de la fase inicial de ensoñación para enfrentarnos a los verdaderos retos que conlleva el quehacer.

Haciendo memoria, creo que pude haber tenido cientos de ideas-mariposas a lo largo de mi vida pero, si tengo que ser sincera, no concreté más del cinco por ciento o incluso menos. Casualmente, —o no—, durante la pandemia asistí a tres talleres de forma paralela que me ayudaron a correr —un poco— el velo: un taller de escritura creativa autobiográfica con Cecilia Szperling y otro de meditación y creatividad consciente con Alexis Degrik, ambos en el espacio de La Tundra Revista; y un taller de respiración consciente en YogaBody. Estos tres espacios me brindaron algunas respuestas y la materialización de un par de ocurrencias. No es hasta este instante de reflexión que puedo traducir en palabras lo que tal vez intuía desde hace tiempo, y es que, existen dos partes innatas en el acto creativo de cada persona. Por un lado, las capacidades que nos hacen únicas, nuestros talentos y habilidades, oficio, profesión o como quieran llamarlo, y por otro, nuestro mundo interior, menos lineal y desprolijo, sin censura y primigenio, aquel que relegamos generalmente para otro momento porque decimos no tener tiempo pero que es de importancia vital a la hora de encarar cualquier proyecto. Mundo interior, —si les parece—, al que podemos acceder apoyándonos en la meditación, la atención plena (mindfulness), la respiración consciente o cualquier práctica que nos baje a tierra.    

Por ese 95 % de ideas que no concreté me subí al podio de las perdedoras y las inútiles muchas veces. Por ese 95 % me etiqueté de procrastinadora serial. Hoy veo claramente que ese 95% tenía una razón de ser, y es que «no tenía que ser».

Nuestras mentes son inquietas con lo que es lógico que surjan ideas frecuentemente, así como lo habitual es que la gran mayoría no se materialicen, se hagan a medias o se transformen. Algunas ideas funcionan y otras no, como así también pueden ser buenas para una situación y lugar, y no tanto para otros. Si hay algo que deberíamos recordar es que siempre podemos permitirnos el beneficio de la duda, cambiar de opinión, re formular, reciclar e incluso desechar nuestras ideas sin sentir que fracasamos por ello. Por lo general, el cuerpo también nos envía señales y si estamos dispuestas a escucharlo es incluso mucho más fácil. Observándonos desde una mirada cariñosa accedemos a una interpretación diferente de los hechos (reales o imaginarios) y, de esta forma podemos tomar decisiones que antes no habíamos evaluado o permitirnos un poco de paciencia sin sentir remordimiento o culpa mientras esperamos que nuestra idea madure y tome vuelo.

Las ideas, como las mariposas, tienen alas y se mueven. Las ideas, como las mariposas, nacen siendo larvas. Las ideas, como las mariposas, también se mueren. El ciclo creativo se renueva constantemente y no hay razón para pensar que detrás de una idea que se desvanezca no llegue otra llena de vida que pueda concretarse.

Nota: Este artículo fue publicado en la edición #9 de femiñetas

Silvia Demetilla
Imagen @archtatoo


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