De los comienzos, pocas cosas certeras se pueden decir. Están cargados de misterio y de un laberinto gramatical que nos muestra, lo justo y necesario, para invitarnos siempre a seguir leyendo. Habrá capítulos mejores que otros. Algunos que recordaremos y otros que mejor saltearlos o leerlos solo una vez. 

Hace poco fui maestra de primer grado. Hace poco y hace tanto. Llegando al final de la novela El Superzorro, de Roald Dahl, Martín cerró su libro y encaprichado me dijo: no sigamos, no quiero que se termine. Lo miré, con los últimos párrafos listos en mi boca para ser leídos, y le dije: lo mejor debe estar por venir. Pero no hubo caso.

Escribe: Esdian
Ilustraciones: Bellina Ilustra
Antología de Letras en la Arena (Décima edición Horcón, Chile).



Me senté con Martín, para ver si de a dos la cosa iba mejor, y al ratito, me dijo a mí y a toda la clase: el Superzorro ya no es el mismo que en el primer capítulo y yo tampoco. La audiencia de aquel día quedó perpleja mirándonos. Yo esperaba una explicación a sus contradicciones. 

Se levantó de la silla y fue hacia el alfabeto que teníamos en el aula y me dijo: ahora sé donde dice zorro.
Y señaló la palabra ubicada bajo la letra Z.  Al llegar al último capítulo de la novela, él había aprendido a leer. «Tengo miedo de terminarla y volver al principio».

Lo miré, y de repente recordé el momento en el que, yo misma, llegando al final de Don Quijote, no quise continuar. Por miedo a quedarme sin la compañía de esos dos personajes, por miedo a no ser la misma después de leerlo. Así fue. Jamás volví a ser la de antes.


Y ahí estaba él, con sus seis años, queriendo quedarse con su personaje intacto. 
Le dije, que si no quería terminarla, no lo hiciera. Pero, que en el aula, íbamos a seguir leyendo.

¿Puedo esperar afuera mientras vos lo lees?, me preguntó. Y salió del aula.



Empecé así la lectura del último capítulo y mientras estaba llegando al final, Martín, sentado en el umbral de la puerta que ya se había abierto, lo leyó conmigo. Hice un silencio y, tal vez sin darse cuenta, las últimas frases de la novela las leyó él y sonriente dijo: fin.

Mi deseo hoy y siempre: aulas repletas de libros, y maestrxs que enseñen a leer y a escribir otra historia. 

Esdian
Bellina Ilustra


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