Cuando el complejo andamiaje de defensa que el patriarcado estableció comienza a perder eficacia, los viejos miedos resurgen con una fuerza mucho mayor porque esa caída de la fuerza paterna viene acompañada de un empoderamiento femenino

Latinoamérica ha visto reiteradas veces las calles de sus ciudades pobladas de mujeres, y también de hombres, manifestando su repudio contra los sucesivos y repetidos actos de violencia, muchas veces devenidos en muertes crueles, cuyo objeto prioritario son las mujeres. 

Escribe: Licenciada Isabel Marazina
Fotos: Emergente
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En junio del año 2015, se inició en la Ciudad de Buenos Aires una marcha multitudinaria denominada Ni una menosEl 19 de octubre de 2016 y el 25 de noviembre de 2016, nuevas convocatorias cubrieron las calles de todo el país. Asistieron en su mayoría mujeres, gritando esta consigna, denunciando los discursos que perpetúan y naturalizan la opresión de género. Lo diverso fue la marca principal de este reclamo donde se dieron cita desde agrupaciones políticas y organizaciones de todos los colores, feministas, transexuales, colectivos diversos hasta gente que fue porque así lo sentía y que, sin estar organizada, se identificaba con el grito. 

Me cabe hacer aquí un análisis sociológico, además de utilizar las herramientas de las que, como psicoanalista puedo disponer para intentar entender este fenómeno, digamos ¿actual? 

En primer lugar cabe aclarar, entonces, que la violencia de género no es actual. La violencia en las relaciones de género —este término sí lo considero actual—,  acompaña la vigencia del patriarcado desde su inicio.

Violencia existente en la posición del varón que debía sustentar una imagen de potencia sin desfallecimiento en cuanto al ejercicio de su poder sobre la “fragilidad femenina”, la que debía ser orientada, controlada, fundamentalmente en lo que a su sexualidad se refería e infantilizada, como mejor forma de ejercitar ese control.

Pensemos que en 1879, la obra de Ibsen, Casa de muñecas, ya nos alertaba sobre esa temática. Lo femenino fue siempre lo temido.

Nos hablan de eso las más antiguas imágenes de las diosas aquellas, pequeñas estatuitas que reflejan la forma en que se veían a las mujeres: madres, fecundas, complementos aterrorizantes en su poder enigmático. El mito de un matriarcado que fue substituido por la potencia del padre nos habla de las corrientes sumergidas que sobrevivieron en el inconsciente humano, y a las cuales siempre se temieron. Todos nacimos de una madre, que es una de las formas de poder más omnímodas que conocemos. La de dar vida y sustentarla…o no.

Cuando el complejo andamiaje de defensa que el patriarcado estableció comienza a perder eficacia, los viejos miedos resurgen con una fuerza mucho mayor porque esa caída de la fuerza paterna viene acompañada de un empoderamiento femenino que, muchas veces, asume la forma de una lucha contra el hombre. Equivocada, a mi juicio. A pesar de las críticas de muchas corrientes feministas, considero que Freud, desde su posición limitada por la historia que le tocó atravesar, y, a su manera contradictoria y ambigua, nos ayuda a pensar esta temática.

Es interesante como Roudinesco en su biografía sobre Freud, de reciente aparición, nos indica que, al mismo tiempo que el hombre, el mismo Freud, sustentaba una dinámica familiar patriarcal, mientras que, por otro lado, el picoanalista abría las puertas con entusiasmo para las jóvenes analistas, a las que alentaba a realizar lo que a las mujeres de su familia no les era posible. 

Su hija Anna fue la excepción, a costa de jamás admitir su homosexualidad, con graves consecuencias para su vida y para el movimiento psicoanalítico. Freud sabía que el tiempo de su época lo había dejado atrás, pero no renunció a dar fuerzas a los nuevos movimientos donde le fuera posible.

Ese mismo Freud nos enseñó, a través de su clínica y su teoría, que lo femenino es la alteridad radical. Y cuando, en psicoanálisis se habla de lo femenino, no se refiere exactamente a la mujer y sí a eso que podemos llamar de inconsciente, aquello que existe en nosotros que no dominamos y que pone limite severo a la fantasía yoica de completud y certeza.

Esa alteridad radical que la fantasía masculina atribuye a la mujer, es lo que todos, hombres y mujeres padecemos. Porque lo diferente, lo incontrolable nos deja en situación de límite y fragilidad.

En este momento, en que las mujeres, como sujetos, se niegan a ser depositarias pasivas de la imagen de fragilidad y proclaman su posibilidad de existir autonomamente, el sistema elaborado de protección fracasa y abre la puerta para las actuaciones más atroces, vehículo principal para aquellos que sienten que, no solamente hay que entenderse con esas mujeres que hablan y reivindican, sino con el desvelamiento de la propia fragilidad, sin duda, todavía más amenazador. 

Las manifestaciones de Ni una menos son importantísimas, porque son el marco para una exigencia aun no cumplida, siendo hora que las instituciones revisen las micro-violencias por las que atraviesan las mujeres y comiencen a cumplir la legislación vigente.

No nos cansaremos de marchar hasta que esa protesta se traduzca en políticas efectivas, en dispositivos eficaces, en presupuestos dignos para que los órganos creados a tal fin puedan actuar.

Isabel Marazina (Argentina) Psicoanalista.
Maestra en Psicología Clínica. Analista institucional.


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