Propongo que juntos hagamos una visita a la locura. Acerquémonos a ella con mente abierta y reflexiva, puesto que forma parte indispensable de la vida y hasta la ensalza cuando se manifiesta en su justa medida y forma. Además, en vista de los tiempos que corren, nuestra protagonista de hoy parece haber perdido su lugar y su sentido, por lo que sugiero que nos amistemos con ella y acudamos a su auxilio, como tantas veces acude ella al auxilio nuestro.


Escribe: Álvaro Martínez Canela

.

Naturalmente, conviene comenzar nuestra visita aclarando que la locura que aquí se elogia no
refiere a la que lleva al hombre a empuñar un arma para destruir la vida ajena o la propia, sino más
bien todo lo contrario, es decir, la que la afirma, sin pudor, exageradamente, enseñándole el culo a
la cordura si así fuere necesario.

La vida humana no es otra cosa que un entresijo de locuras”, sentenció Erasmo de Rotterdam hace
ya unos añitos. Y razón no le faltaba, aunque sea en nombre de esta misma razón que marginamos
la locura, dejando la sensatez, en consecuencia, coja de una pata. Por lo que entonces será forzoso
decir que estos dos términos no son opuestos, sino complementarios e interdependientes. O,
¿acaso sabe algo el hombre que más sabe, si no es capaz de reconciliar la locura con la cordura?
Al igual que no se entiende el orden sin el caos, la ficción sin la realidad, o la vida sin la muerte,
tampoco podrá llamarse sabio al que por serlo viva atormentado y rígido en sus solemnes cuestiones
(y que por tanto sea poco más que un trozo de mármol con forma de hombre), mientras que los
llamados locos o ignorantes juegan como niños, se desarman en carcajadas, bailotean con la música,
aman con locura…etc. En pocas palabras: de la misma manera que la cordura requiere de la locura
para ser realmente cuerda, también será justo reconocer que la locura alberga en sí una sensatez
incuestionable.

Por otro lado, como dijo también el mismo de antes, “No creo que exista algo más loco que la
complacencia y la admiración de uno mismo. Sin embargo, quien no esté satisfecho de sí mismo,
¿qué podrá hacer con gracia, con gentileza, con dignidad?
” He aquí de donde sale el refrescante
auxilio que la locura nos brinda, y que se sugiere más relevante que nunca hoy día, donde la
ambición desmedida por el éxito material, el prevalecer de la apariencia y la dictadura del discurso
de valores dominantes, es palpable que coartan nuestra conducta y expresión en el mundo real. Y
frente a esto, dado que actuar en consecuencia con uno mismo en la vida requiere de atrevimiento y
coraje, estaremos de acuerdo en que no hay mejor elixir contra la vergüenza, el miedo y la cobardía
que la locura.

Finalmente, no olvidemos lo que, a mi parecer, es la función más cautivadora de la locura, es decir,
su rol como patrona y abogada de lo distinto.
Precisamente esa patada en el culo, ese arrojo que nos
lleva a la acción, es la que ayuda a definir las aristas de nuestra personalidad y a imprimirlas en el
mundo de las maneras más diversas, sin las cuales el mundo no sería más que un saco de
invertebrados desabridos y uniformes. Si no lo creen, simplemente basta con imaginar una vida
monocromática, siempre sobria, siempre predecible, donde nadie se aventurase fuera de los límites
de lo políticamente correcto
¿a quién le gustaría vivir así?

Tenemos pues que agradecer a la bendita locura que por ella existe la emoción de lo inesperado, de
la serendipia; la pluralidad de culturas, de colores, de sabores; lo raro, lo distinto en los caracteres, la
espontaneidad en las personas; y cómo no, la embriaguez de lo liviano que tan eficaz antídoto es
contra la pesadumbre que trae consigo nuestra condición de seres pensantes.
En definitiva, la
locura hace posible todo lo que en la vida merece realmente la pena y nos mantiene cuerdos.

Cerramos dedicando un poema de Juan Ramón Jiménez a todos los locos que, por ser distintos en
una sociedad cada vez más homogénea, se sientan solos e incomprendidos:

DISTINTO
Juan Ramón Jiménez

Lo querían matar
los iguales
porque era distinto.

Si veis un pájaro distinto,
tiradlo;
si veis un monte distinto,
caedlo;
si veis un camino distinto,
cortadlo;
si veis una rosa distinta,
deshojadla;
si veis un río distinto,
cegadlo…
si veis un hombre distinto,
matadlo.

¿Y el sol y la luna
dando en lo distinto?
Altura, olor, largor, frescura, cantar, vivir
distinto
de lo distinto;
lo que seas, que eres
distinto
(monte, camino, rosa, río, pájaro, hombre):
si te descubren los iguales,
huye a mí,
ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto.

Álvaro Martínez Canela