En tiempos mediáticos, de redes sociales y fake news, Luz Martí decidió seguir dos de sus pasiones: la fotografía y la escritura. Así nace XIOS , un e-book de foto-relatos, una reflexión literaria acerca de quién o quiénes escriben nuestra historia.

Intuyo que el tiempo interminable de las pandemias además de poner al cerebro en un modo muy proclive a la reflexión sobre lo cotidiano también entorna algunas puertas por las que espiar aconteceres inesperados y enterarme de que así, como existen las empresas de Erradicación de plagas, por suerte no existen las de Erradicación de pasiones.

Las pasiones deben ser unas cosas como pequeños abrojos que se adhieren muy fácil a los recién nacidos, enroscándoseles disimuladamente con filamentos suaves y elásticos parecidos a los de la planta de la batata e incorporándose a ellos sin que lo noten hasta que sea tarde.

Como ciertas enfermedades, las pasiones pueden manifestarse temprano, en la adolescencia o la mayoría de edad, con iguales resultados: no se pueden rechazar, tienen vida propia. Podrán disimularse, aplacarse o negarse pero permanecerán inmóviles, esperando agazapadas para desatarse e irrumpir cuando se les cante, donde les parezca. Hay quienes son más eficientes que otros a la hora de dominarlas pero, tarde o temprano, sucumben. Lo digo con conocimiento de causa porque por lo general me gusta convivir con las mías salvo cuando se emperran en desvelarme a las tres de la mañana para llenarme la cabeza de ideas peregrinas, sin dejarme dormir.

Una de mis pasiones es inventar historias y escribirlas. Otra es la fotografía, soy perezosa para aprender a pintar y ansiosa por ver resultados.

De esos amores-pasiones sumados a una curiosidad que no se apacigua debe haberme nacido la manía de comprar fotos en los mercados de pulgas. De allí, la de imaginar las vidas posibles de esos personajes y escribirlas.

XIOS es el resultado de una de esas aventuras: veintidós fotos y veintidós párrafos que esbozan algo escondido de la historia de los personajes, como si en un bar escucharas la conversación de la mesa de al lado, para que te enteres sólo de una parte e imagines el resto.

En tiempos mediáticos, de redes sociales y fake news, XIOS es, a la vez, una reflexión literaria acerca de “¿Quién escribe nuestra historia?” y, para mí, la confirmación de que eso que yo considero gustos o inclinaciones tenues, es, en realidad, una pulsión que me completa, me convierte en quien soy.
Una parte indisoluble de mi misma, casi como un órgano más que necesitara alimentarse de imágenes y de palabras y al que no puedo retacearle la comida si quiero seguir viviendo.


¿Quién serás esta noche en el oscuro
sueño, del otro lado de su muro? JLB

No estaba hecho para el trabajo. El único mérito de Demir era soñar.
Sus sueños eran profusos y vertiginosos, sus noches, interminables, pobladas de sobresaltos, de hazañas y de experiencias inauditas que lo extenuaban. Para librarse de esa carga, apenas acertaba a contarlas a los paseantes del puente Gálata a cambio de poco dinero.
Con la última luz volvía a su casa con la certeza que otra vez se despertaría abrumado por cientos de imágenes confusas, siempre pobre, siempre en el mismo lugar y que volvería al puente, como todos los días, a soportar el incesante paso de barcos que llevaban a otros hombres a aventuras reales a las que él no se atrevía.


Virtudes Pino Rollán fue la única de su familia que se atrevió a salir de España. Todo en su tierra había sido demasiado. Demasiado el frío en Molina de Aragón, demasiado el hambre de un huerto seco y congelado y demasiados el miedo, el abandono, la orfandad, la indefención y las lágrimas de su madre. Lo había decidido: nacería de nuevo en otro sitio, nacería otra vez, pariéndose a sí misma en medio del mar. Sus aguas bautismales serían las olas del Atlántico; las algas y los peces, sus padrinos. Ampararía su nueva infancia en los días del trayecto para descender fresca y frutal por la planchada, coronada de luces doradas y violetas sin que nadie pudiese evitar estar dispuesto a cualquier cosa para alcanzar su amor.


Luisita conoció a Blanche en Deauville en esos años en los que los argentinos viajaban por temporadas interminables. No lo eran, pero se presentaron una a la otra como artistas.
Luisa le contaba de Buenos Aires y Blanche la invitaba a pintar paisajes al aire libre, sentadas en una manta, en las tardes sin sol, refugiadas contra las rocas de la costa bebiendo cognac disimulado en un termo para té.
Sus acuarelas eran marinitas adocenadas, pasables, de principiantes, casi infantiles, sin fuerza ni carácter, que no lograban transmitir el viento incesante y salvaje, el frío salobre y brutal de la costa ni la violencia de ese oleaje gris bravísimo. Nada de eso estaba plasmado allí, en sus papeles, pero crecía, volcánico, entre ellas.


En sus largos años como empleado del cementerio, Miguel Valansi tuvo tiempo de elaborar diferentes teorías respecto de la muerte y de los devenires que la rodeaban, que, ya viejo, insistía en transmitir a compañeros y a deudos, les interesaran o no.
Una de ellas afirmaba que el peso de los féretros no dependía, como se creía vulgarmente, del peso del muerto sino de la cantidad de mentiras y secretos que, al momento de abandonar la Tierra, hubiese guardado el difunto.
Fue así como, enterados de las teorías de Valansi, los familiares de la diminuta Coquita Dionisio, a quien todos consideraban un ama de casa tonta e insignificante se sorprendieron ante el titánico esfuerzo que fue necesario hacer a la hora de sepultarla.

Luz Martí


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