Ignacio Echeverría, de nacionalidad española, falleció en los atentados de Londres del 3 de junio de 2017 al defender con su monopatín a una mujer que estaba siendo atacada.

Abrí el periódico y vi una cara de niño de 39 años. Me chocó su sonrisa, que parecía sincera y auténtica. No una mera pose para la foto. Soy de los que siempre he defendido aquello de que ‘las apariencias engañan‘ pero en este caso concreto, no había lugar a dudas. Los hechos lo corroboran, sus actos no admiten duda alguna.

Escribe: Sergio Cano Pérez

   El chaval del monopatín pudo huir sin mirar atrás, llegar a casa, darse una ducha y olvidarse de lo que pasaba entre las sábanas de su cama. Es así como el mundo egoísta en el que vivimos funciona, donde el primer impulso es grabarlo todo con el teléfono de última generación… Pero Ignacio no hizo eso. Tal vez pensó que no dormiría en toda la noche. En su lugar, se detuvo y, cuando comprendió lo que pasaba, no dudó en confrontar el peligro con todo lo que tenía a mano: su monopatín. Luego ya sabéis lo que pasó.

   Siempre he dicho que el ser humano es impredecible, sobre todo, ante las situaciones de peligro. Nadie puede decir qué haría si viera a un individuo atacar con un cuchillo a un peatón indefenso en una de las zonas más populares de Londres. Casi todos huirían. Otros se paralizarían, se quedarían pegados al suelo sin poder mover un músculo. Una pequeña minoría, como el chaval del monopatín, le echa un par y, sin pensarlo dos veces acude a las peticiones desesperadas de socorro de gente anónima. No lo duda, no para por el camino ni se rearma con piedras o palos. Pese a la confusión entiende que no puede permitirse el lujo de perder esos segundos que pueden salvar la vida de alguien. Aunque en ello vuele la suya, como así sucede.

   El chaval del monopatín no es inglés. Ni galés ni del norte de Irlanda. Tampoco es escocés. Procede de otro país. Es un extranjero, uno de esos ciudadanos que una gran mayoría de británicos repudió hace ahora un año en aquél bochornoso referéndum. Esa es la otra lección de la catástrofe, la que todo politucucho oportunista y ciudadano xenófobo y mediocre a lo largo y ancho del globo debe aprender. No hay países buenos ni malos. No existen las buenas o las malas religiones ni tampoco razas que sean moralmente superiores. Existen las buenas y malas personas. Falta gente como Ignacio, eso es todo. Él no reparó en la condición social o religión de la chica, tan sólo actuó por instinto ante un hecho injusto y violento. Del mismo modo, a la chica atacada no creo que le importara dónde había nacido su salvador, no creo que eso marcara la diferencia para nadie en tal situación.

     Lo curioso del caso es que Ignacio no llevaba documentación en el momento de la tragedia. Murió como un héroe anónimo, libre de lastres burocráticos y etiquetas, sin duda orgulloso de lo que acababa de hacer y, como los surfistas tragados por el mar, junto a su inseparable amiga, la tabla de skate. 

Ignacio Echeverría, de nacionalidad española, falleció en los atentados de Londres del 3 de junio de 2017 al defender con su monopatín a una mujer que estaba siendo atacada.


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