Cada vez que leo a mujeres donde reconozco que hay voz y una escritura arriesgada, siento esperanza, porque las palabras tienen poder, porque son escrituras vivas.

Mientras escribía un ensayo panorámico, reflexioné sobre el libro de Joana Russ Cómo acabar con la escritura de las mujeres, donde señala a través de ejemplos, cómo las mujeres han tenido que luchar históricamente para ser reconocidas y visibilizadas como escritoras.

Escribe: Jael de la Luz García
Ilustra: Julia Pérez

Al tener este libro, por recomendación de otras escritoras mexicanas, me llamó mucho la atención que en la contraportada del libro físico, hay algunas frases que no me son ajenas porque las sigo escuchando, a pesar de tener un panorama literario actual con mucha presencia de mujeres. Esas frases parecen clichés atemporales. Son algunos de los “pretextos” e ideas que han rondado alrededor de autoras.

La lista de “peros” que se han acumulado alrededor de las mujeres que escriben, editan o están involucradas en lo relacionado a los libros, siempre se ha visto con sospecha. Por ejemplo, en 1937 la autora, ensayista y coleccionista de objetos y libros raros Anne Lyon Haight, escribió un ensayo titulado Are Women the Natural Enemies of Books?como parte de Bookmaking on the Distaff Side, texto colectivo publicado en Nueva York sobre el papel de las mujeres en la historia de la impresión, la tipografía y edición de libros. 

Lyon Haight eligió titular su texto de esta manera porque un día buscando las huellas de mujeres como amantes de los libros y coleccionistas, se topó con un texto escrito por el londinense Andrew Lang, quien en 1881 escribió que las mujeres son las huevas naturales de los libros (Women the natural roes of books), para señalar que éstas son como la humedad (damp), el polvo (dust), la suciedad (dirt), lectores descuidados (careless readers), prestadores sin consideración (borrowers), ladronas de libros (book stealers) y demonios (book-ghouls). Aunque ese autor decimonónico hizo sus excepciones nombrando mujeres de las cortes europeas como excelentes colectoras y lectoras, para él y muchos hombres de su época, las mujeres no tenía ningún mérito como lectoras ni mucho muchos como autoras o creadoras de libros. 

En ambos ejemplos aquí señalados, vemos cómo en diferentes épocas y contextos, las mujeres han tenido que hacerse camino dentro de la escritura, la edición, el diseño editorial, la publicación, la traducción, la venta y promoción de libros que consideran, consideramos que deberían de existir porque como dijera Eleanor Catton, “la literatura exige curiosidad, empatía, asombro, imaginación, confianza, la suspensión del cinismo y la erradicación del prejuicio”. Esta última anotación es el reto, quizá, más grande. Romper con los estereotipos ha sido la tarea que han tomado en serio mujeres que se han involucrado en el desarrollo cultural de promover y visibilizar autoras que rompen con el canon y los clichés de “ser las excepciones”. 

Las editoriales independientes y las redes que se tejen alrededor de lo comunitario, están publicando las voces más arriesgadas, innovadoras, controversiales, marginales y creativas sabiendo los retos que tiene la cultura literaria en ser duradera y sostenible. Por otro lado, a pesar de sufrir los efectos de la homogeneización y del mercado global consumista, escritoras y emprendedoras que deciden autopublicarse o buscar otros medios alternativos para publicar sus escritos y creaciones bajo sus estilos y formas (las preventa, por ejemplo), visibilizan cómo las mujeres están contribuyendo a la bibliodiversidad, pues no sólo hay un interés de producir libros de manera distinta, sino publicarlos dentro de un contexto social diferente y receptivo a nuevas ideas y nuevas formas de crear comunidades que no repitan patrones que la industria editorial quiere imponer a tres papeles activos: producto-vendedor-comprador. 

Cada vez que leo a mujeres donde reconozco que hay voz y una escritura arriesgada, siento esperanza, porque las palabras tienen poder, porque son escrituras vivas. Como dijera Jesmyn Warden en su Introducción a Esta vez el fuego. Una nueva generación habla de raza:

“creo que hay poder en las palabras; el poder de afirmar nuestra existencia, nuestra experiencia, nuestras vidas, a través de nuestras palabras. Creo que crea comunidad, tanto de la nuestra como fuera de ella. Puede que alguien que no nos percibía como humanos cambié de opinión después de leernos.” 

Jael de la Luz García
Julia Pérez


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