Ariana Harwicz y Gabriela Cabezón Cámara formaron parte de Flawa Festival, el Festival de Mujeres Latinoamericanas en las Artes en su segunda edición en Londres.

En tiempos de cambios y re adaptación de eventos, Flawa Festival no ha sido ajeno a re programaciones de horarios y cambios de fecha. A pesar de esto, la presentación de las escritoras argentinas Ariana Harwicz y Gabriela Cabezón Cámara fue un éxito de asistencia en la plataforma Zoom. En el encuentro conducido por Silvia Rothlisberger (Literary South), las autoras, que se comunicaron desde París y Buenos Aires respectivamente, se refirieron a su experiencia en el campo de la traducción de sus obras y la importancia de las lenguas mientras que compartieron anécdotas durante más de una hora en la que la audiencia no dejó de alabar sus letras. 


Por Silvia Demetilla
Foto Ariana Harwicz por Sebastián Freire

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Para Ariana Harwicz, autora de Matate, amor (2012), La débil mental (2014), Precoz (2015) y Degenerado (2019), la musicalidad de las palabras es esencial en su escritura. Ariana dijo, además, que no puede estar más de acuerdo con el pianista y director Daniel Borenbeinm quien expresó que todas las personas deberían conocer el idioma de los compositores para entender sus obras, haciendo ese comentario extensivo a la literatura.

Escribir es una batalla política, es una guerra‘, continuó Harwicz. ‘Luego esa guerra se traslada a un campo que excede al escritor, transformándose es una guerra conjunta con el traductor. El que traiciona no es el traductor, la que puede traicionar es la lengua y hay que estar muy alerta. Piglia decía que el traductor es el lector ideal’. La escritora confesó que tiene una relación muy cercana con sus traductores, a excepción de su traductora al polaco que no quiso conocerla durante un viaje a Varsovia: ‘Me rompió el corazón, a diferencia de cuando conocí a mi traductora al alemán en Frankfurt donde nos dimos cuenta que sufríamos por las mismas razones, la cadencia, una coma y que teníamos una obsesión en común’.

Pero ¿cómo mantener la musicalidad en una traducción? Para la escritora, periodista y activista Gabriela Cabezón Cámara, autora de La virgen cabeza (2009), Le viste la cara a Dios (2011), Romance de la negra rubia (2014) y Las aventuras de la China Iron (2017), la traducción es una entrega, porque ya está lejos de sus posibilidades toda intervención: ‘no puedo traducir al turco, o incluso al inglés, pero si algo ruego encarecidamente es que la traducción tenga un ritmo, que tengan en cuenta que [el texto] tiene una música. El traductor es un aliado’.

ENTREVISTA Ariana Harwicz: La escritura es un acto subversivo >>

Gabriela Cabezón Cámara aprecia que el traductor, muchas veces también sea escritor y que amorosamente se dedique a traducir obras como las de ellas [que no son best sellers, aclara]: ‘Hemos leído traducciones desde que nacimos. Incluso lo que leemos de español de España se vuelve a traducir. De hecho vivimos en un continente que fue traducido de entrada en una operación salvaje y no se puede dejar de mencionar lo que se hizo con la lengua desde 1492. La traducción tiene muchas dimensiones políticas porque está la cuestión de la centralidad de la traducción del castellano de España’.

El lugar de la censura y de las influencias de otras lenguas en la concepción de la literatura así como en la traducción fue un tema abordado en varias oportunidades por las escritoras y la conductora del evento. ‘Soy extranjera, inmigrante’, expresó Ariana Harwicz, ‘y eso también se traduce en la escritura, porque, de mi escritura surge esa extranjería. Yo escucho la musicalidad de otra lengua, que es el francés. Por otra parte, existe también la censura en la traducción, o sea, tratar que yo quepa en un cliché como mujer extranjera, de cuarenta años, etc. contra lo que siempre luché, pero no siempre se puede’.

Al referirse a su libro Matate, amor, Ariana Harwicz cuenta que, en ese caso particular, la traducción nacionalizó al personaje, porque según el caso la protagonista se percibió como polaca en Polonia, rumana en Rumania, inglesa en Inglaterra por asociación o porque se trata de una historia universal: ‘La traducción la nacionaliza, vuelve patriótico al personaje y ese fue un efecto más de la traducción‘.

En Las aventuras de la China Iron de Gabriela Cabezón Cámara hay muchos cambios de lenguaje y traducción simultánea dentro del texto. ‘Lo que pasa con el inglés en mi novela, es que es el idioma del imperio, donde está el dinero, el saber, el poder, entonces es una relación de apropiación de esa lengua. […] En la China Iron hay un encuentro en el que la distancia de lenguas de las protagonistas hace que se entiendan igual’.

Las lenguas de pueblos originales se extinguen a pasos agigantados y Gabriela Cabezón Cámara, que incluyó el guaraní y el mapuche en Las aventuras de la China Iron, piensa que es el momento para revalorizar y rescatar el aporte de estas lenguas y las culturas en torno a ellas. ‘Vivimos un momento histórico catastrófico, por la pandemia, la extinción masiva, la extracción criminal de recursos… Hoy notamos que el proyecto de la modernidad se agotó porque todo lo que tiene para dar es muerte y veneno, principalmente en las regiones periféricas del mundo. El uso de otras lenguas es tratar de aprender otras visiones del mundo. ¿Cómo es que estas civilizaciones sobrevivieron al genocidio y pasaron de ser millones a cinco? Si, a pesar de todo, supieron sobrevivir es porque tienen otra visión del mundo, entonces tenemos que ir hacia ellos y preguntarles cómo hicieron‘.   

En la traducción al inglés de Las aventuras de la China Iron se conservaron las palabras en guaraní y en mapuche en el idioma original: ‘Fue una decisión política de la editora (Carolina Orloff – Charco Press) y las traductoras que yo comparto’, dijo la autora. ‘Yo no soy capaz de escuchar esa cosmovisión, entonces tienen que ser portadoras. Si queremos aprender de estas otras maneras de vivir, esas lenguas no pueden ser extrañas’. Gabriela, que piensa estudiar guaraní a la brevedad, se refirió a la educación que motiva al aprendizaje del inglés o del francés exclusivamente: ‘A nadie se le ocurre que queramos aprender guaraní, quechua, aimara y tantísimas otras lenguas de nuestra Latinoamérica‘.

Al hablar de autocensura, Ariana Harwicz dice que, el primer lugar en el que existe, es en la cabeza de los escritores: ‘Lo que primero diría para hablar de una lengua particular y singular es que hay que salirse del periodo hegemónico del poder, y ese es un ejercicio que puede llevar toda una vida. Es un combate que yo encaro, incluso contra mí misma antes de escribir, como en Degenerado, [libro en el que el personaje principal es un pedófilo] que fue una tortura escribirlo’.

Ambas escritoras coincidieron en la polifonía de sus propios textos y de la literatura en general. Para Gabriela, que hablaba desde una Buenos Aires soleada y con su perro de testigo, escribir es igual que ‘hacer música pero con la lengua, aunque también con una mirada hacia su materialidad y constitución por millares de voces’.

Las traducciones cambian y se regeneran a través del tiempo. Una traducción de hoy puede ser bastante diferente de otra de principios de siglo pasado o una que ocurra dentro de cincuenta años. ‘Las bambalinas de la traducción son un mundo como los acueductos de Paris, como en el campo político, hay peleas, desacuerdos. Traducir es un acto politico y espero que Matate amor y Las aventuras de la China Iron sean retraducidas en veinte años con otra lógica‘, apuntó Harwicz.

Silvia Rothlisberger interpela a las escritoras para conocer si piensan en la traducción en el momento de la escritura. Para Ariana, quien recientemente escribió un libro sobre traducción [aun sin publicar], debe existir un momento de encuentro, tanto del libro con el editor, como del libro con el catálogo. ‘El escritor ideal sería el que pudiera contemplar cada palabra que elige, porque es una decisión estética, pensar cómo sería en cada idioma, en la musicalidad italiana, francesa, pero es un delirio, una fantasíaVade retro, que piense en una traducción o en viajar en first class, cuando escribo yo solo pienso en la escritura. Cuando escribí Mátate, amor yo no me consideraba en absoluto una escritora, y para mí ese es el estado ideal de beatitud, escribir sin pensarse‘.

Gabriela, por su parte, trata de no pensar en nadie cuando escribe, ni en un traductor ni siquiera en un lector ‘porque se genera una especie de tensión, discusión, intento de encuentro amoroso que prefiero que no me ocurra. Lo que sí me pasa es que dialogo con las otras obras, con discursos que andan sueltos por la sociedad, hay un proceso necesario que es extrañar la lengua. Si pensara que lo escribo porque quiero que le guste a mi novia me trabo. Lo mas hermoso que te puede pasar cuando estás escribiendo es que surja esa música y es el momento mas vital de la escritura. No es tan fácil sentirse vivo, entonces, para mí, escribir es uno de esos momentos donde me siento más viva, y prefiero que no se complique con ningún después porque pierdo vitalidad’.

Ariana Harwicz fue nominada al Premio Booker Internacional en 2018 y Gabriela Cabezón Cámara en 2020, el galardón que premia las traducciones de ficción al idioma inglés. Ambas reconocen que, luego de haber sido traducidas sus obras al inglés y de haber sido nominadas al premio, las puertas se abrieron de otra manera. Una novela de Ariana había sido traducida previamente al hebreo, pero según la autora, ‘no se puede comparar como cuando fue traducida al inglés. La nominación del Booker Prize hizo que mi novela, que era marginal y sin posibilidades de ventas, se abriera al mercado en dieciséis países’.

En un tema que nos toca hoy más que nunca, y en donde las personas que traducen actúan de enlace cultural, Gabriela piensa que cuando cuesta tanto trabajo que las lenguas sean reconocidas es porque hay racismo: ‘La labor del traductor es la de ampliar mundos y de agrandar. Cuando se traduce una obra de países no poderosos nos están haciendo un favor a todos’.

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