Hace poco más de un siglo, una familia partió de Sorrento y se instaló en Mar del Plata para abrir un hotel y luego una trattoria cerca de la playa. Podría tratarse de una familia cualquiera de las tantas que inmigraron por esos años, pero esta tuvo una participación especial en la cultura argentina: inventó los sorrentinos, una pasta que hoy se come en todo el país (Argentina). La trattoria pasó de las manos de los padres a las de los hijos, y del hermano mayor al menor, el Chiche, un hombre que amaba el cine, la porcelana traída de Europa y la buena conversación, alguien para el que el mal gusto era un rasgo imperdonable y que, apenas con una ocurrencia, podía convertir una situación banal en una anécdota que se contara por años en las sobremesas.
Virginia Higa recogió las piezas de un relato familiar para escribir una novela sobre este personaje inolvidable, y sobre mujeres y hombres de aparente sencillez que protagonizan amores eternos y soledades profundas, muertes, traiciones y canciones, anhelos de costas lejanas y profecías de videntes, mientras celebran el idioma común de un clan inquebrantable. Y como en las mejores comedias —especialmente las italianas—, en Los sorrentinos todo se mezcla y se confunde: la risa con el llanto, el destino de una familia con el de un país y la vida bien vivida con la más afortunada de las herencias.
“Es muy difícil concebir tan conmovedor relato sin alharacas sentimentaloides. Y la prosa precisa. Y que te deje ver las ambiguas sonrisas de sus personajes tan inteligentemente resignados a vivir sus vidas”. Ernesto Ayala-Dip, BABELIA
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Entrevista: Flor Coll
Fotos: Silvia Demetilla
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¿Qué te motivó a escribir Los Sorrentinos (Ed. Sigilo) en un principio y si ha cambiado algo en tu perspectiva sobre la historia desde su primera publicación en 2018?
La motivación vino de varios canales distintos que concluyeron felizmente en la escritura del libro. Un año antes visité por primera vez Nápoles y Sorrento, que eran lugares un poco míticos en la historia familiar. En ese viaje leí Léxico familiar, de Natalia Ginzburg, un libro que me despertó muchísimas emociones. Sentí que había sido escrito para mí y quise dialogar con él, quise hacer algo parecido con las palabras y la historia de mi familia. Más tarde ese año visité Mar del Plata y fui a la trattoría después de muchos años. Esa también fue una revelación, porque volví a ver con otros ojos un lugar que había frecuentado mucho de chica y lo encontré fascinante, como un teatro, un escenario donde entraban y salían personajes y donde todo giraba alrededor del Chiche. Supongo que la motivación principal fue querer compartir una historia que me parecía divertida y profunda, muy argentina y muy humana. Lo más extraño que me pasó con relación al libro en este tiempo fue que percibí que había alterado algunas memorias familiares. El libro no es una crónica, tiene la estructura y los procedimientos de la acción, pero en un par de ocasiones escuché a mi abuela contar una anécdota que está en el libro —y que es un invento mío— como si fuese real. Eso me hizo pensar mucho en cómo la escritura construye la memoria, en lo opaca que es nuestra relación con el pasado.

¿Qué le contarías a alguien que aún no sabe quién es Chiche Vespolini y su familia, ni cómo es Mar del Plata y su comunidad?
Mar del Plata es una ciudad preciosa de la costa atlántica, al sur de Buenos Aires. Tiene un rol muy interesante en la historia del siglo XX argentino porque pasó de ser un balneario para la aristocracia de principios de siglo a convertirse en la ciudad turística predilecta de las clases obreras durante el peronismo. Además es sede anual del festival de cine de Mar del Plata, el único festival clase A de Latinoamérica. Es territorio de tensiones y un espejo de la sociedad argentina, aunque yo tenía la sensación de que no había sido muy explorada en la literatura. Chiche es el protagonista del libro, el dueño del restaurante donde se inventan los sorrentinos y cuyo devenir está entrelazado de alguna manera con el del país.
El humor, la sutileza y el lenguaje en la vida cotidiana de los personajes son clave en tu obra. ¿Qué lugar ocupan estos elementos en la literatura de hoy, un campo en el que priman los libros impactantes o que generan polémica?
Puede ser que la tendencia en este momento sea esa, siempre hay tendencias y libros que van en otras direcciones. El mundo se puso muy serio, y también se instaló la idea de que la literatura que viene de Latinoamérica sólo puede hablar de violencia, dictadura, narcos y femicidios, cuando Latinoamérica es mucho más que eso. Para mí la buena literatura no tiene nada que ver con los temas, creo que se puede hacer literatura con cualquier cosa, que lo esencial es una forma de ver el mundo, de conectar con la condición humana y lograr plasmar eso con belleza en el lenguaje. Los temas pueden ser muy poderosos si están bien aprovechados, pero la cuestión con los libros impactantes es que el gesto después va perdiendo potencia si no hay nada más profundo detrás, si no están bien escritos ni despiertan otras emociones en el lector. Casi nunca elijo un libro por el tema, por la sinopsis o los blurbs, tengo que abrirlo y ver cómo está escrito, me parece básico. A mí no me interesan las polémicas ni escribir nada impactante, pero sí escribir con honestidad. Por suerte la literatura es amplia y hay lugar para todo. Siento que los escritores, los artistas, son ojos que ven el mundo, que no hay que juzgarse de manera individual sino como parte de un todo mayor al que todos contribuimos. Juan Forn tenía una frase muy hermosa en un texto sobre Jean Rhys que yo comparto absolutamente: “Todo lo que escribimos es un lago. Hay grandes ríos que alimentan el lago, como Tolstoi o Dostoievski. Y también hay hilos de agua, como Jean Rhys. Lo único que importa es alimentar el lago. Yo no importo. El lago es lo que importa. Seguir alimentando el lago. Siempre. Eso es lo que importa”.
¿Cómo ha sido la respuesta de los lectores en estos años, especialmente de aquellos que pueden sentirse más cerca de la historia?
La respuesta fue inesperada y muy hermosa, me pone muy contenta que el libro siga circulando. En Argentina hay gente que todo el tiempo lo está descubriendo, y creo que es un destino feliz para un libro que salió en 2018. Me gusta también que tenga un abanico amplio de lectores, hay gente muy joven que se lo regala a sus abuelos, ahora lo están leyendo en la escuela porque forma parte del programa de lectura de identidades bonaerenses.
Esta reedición seguro le da nueva vida a tu obra para una nueva generación de lectores. ¿Qué mensaje o sentimiento esperás que se lleven de Los Sorrentinos? y sobre todo con el habla o léxico de la novela con expresiones como catrosha/o, chinaso, mishadura, papocchia, sciaquada…, que sin duda establecen un código especial de lectura.
No tengo grandes pretensiones, el solo hecho de que más gente lo lea para mí ya es una fiesta.
No me gustan los grandes mensajes y tampoco creo que la literatura sea siempre política, aunque si tuviera que buscar un mensaje “político” (entre muchísimas comillas) en el libro sería que hay que apropiarse del lenguaje, y que el humor es la libertad más grande que tenemos. Siempre me alegra cuando me cuentan que el libro los divirtió, los entretuvo en una sala de espera o en un viaje al trabajo, o que les dio tema de conversación con algún pariente o amigo. Hacer reír a alguien me parece una de las cosas más lindas de la vida, con eso yo ya estoy hecha.
Los sorrentinos (Ed. Sigilo España)
Virginia Higa
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