El muralista Ale Giusto recorre pueblos de Argentina y Chile buscando mitos e historias para reflejarlos a través de su arte.

Después de haber pintado en Bariloche y dilatado mi cruce a la cordillera encuentro el momento para visitar por vez primera ese país al otro lado de los Andes.

Escribe: Ale Giusto

En un autobús lento e incómodo, un clima por demás húmedo y un corazón triste, recorrí durante seis horas un camino lleno de dificultades, y hambre, ¡que hambre que tenía!, pues el cambio de moneda me cagó a la hora de comprarme una golosina.

Esta experiencia es la que le dio forma a mi opinión de cabecera acerca del complicado momento que pasa Chile hace años, y en particular durante el año 2019. Un país que me recibió con un carabinero prepotente en la frontera gritándome y me revisó la billetera hasta el último centímetro de cada bolsillo para encontrar una razón por la que emplear la violencia más allá de lo verbal. Aunque no la encontró, porque no tomo drogas que entren en esos bolsillos, y las que tomo no tengo para pagarlas…

Pasé la frontera y llegué a Puerto Varas, donde me di cuenta que no haber cambiado divisas me presentaba un nuevo problema, y es que no tenía cómo comunicarme con mis amigos chilenos ni tampoco cómo pedir un taxi para salir de la terminal donde el autobús me había. De todas formas, estaba a cinco minutos del centro, con lo que me daría cuenta de que Puerto Varas no es grande en lo que tamaño se refiere. A falta de alternativas decidí caminar y me encontré en una calle a Seba y a Carol con una pizza y birras (cervezas) en la mano, o sea, un encuentro como se debe. 

En las primeras horas chilenas nos sentamos en una plaza y tomamos cervezas que compramos en una botillería, a lo cual un patrullero frenó pero no hizo nada (en Chile está prohibido beber en la vía pública ) y como un lindo regalito de bienvenida los perros del barrio de Brauna lo persiguieron ladrando mientras se alejaba con su sirena insoportable. 

Me hospedé con mis amigos en el campo, en las afueras de Puerto Varas, en un hermoso lugar de lluvias y pastos, mucha tranquilidad. Desde ahí hacíamos dedo en la ruta hasta que encontrábamos a algún campesino copado que nos llevara hasta el centro a pura charla divertida.

Las ventanas y puertas de Puerto Varas estaban tapiadas, en especial la de los bancos o instituciones, y mis amigos acotaban “y eso que aquí no ha pasado nada, bah, no hay casi víctimas fatales o heridos”. Con esa regla medían las circunstancias.

Un día nos dirigimos a un supermercado, y al momento de pagar, una hilera de carabineros custodiaban en la salida de las cajas a los compradores. Nunca vi una hilera de policías custodiando un supermercado. Enarbolando gratamente esta experiencia turística, las paredes estaban pintadas con stencils de leyendas anti policía, anti Piñera y feministas.

Perros Matapacos*, birras, campesinos amables y prepotencia policial decoraron la breve estadía en mi país vecino. Como si fuera poco, mis amigos me invitaron a pintar en una estación de tren abandonada, que se convertirá con el tiempo y esfuerzo de muchos trabajadores culturales y de la resistencia, en un espacio abierto para las artes y la comunidad.

Los galgos y perritos que pinto se tuvieron que convertir en un Matapaco con el ojo tapado por una cinta y un hogar coronando el monte que simula ese alto lugar que anhelamos en los sueños.

Afiancé en Chile la conciencia de comprender los derechos conquistados y los privilegios de mi país, un país que tiene salud y educación pública, y una juventud que resiste y sigue conquistando derechos, pero también anhelé un sueño que cruce la cordillera o el Matto Grosso, y las fronteras que dividen este cono sur, para que todos abracemos ese privilegio.

*Negro Matapacos fue un perro chileno que adquirió notoriedad debido a su presencia en las protestas callejeras ocurridas en Santiago de Chile durante la década de 2010. Entre sus características estaba su pelaje negro y el pañuelo rojo que llevaba amarrado al cuello, aunque también poseía un pañuelo de color azul y otro de color blanco que eran colocados por los estudiantes.

Ale Giusto

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