Melody me resulta lejana y cercana como la infancia. Reencontrarme con la película después de varias décadas me hizo regresar a mi barrio y a esa que también fui yo.

A principios de los años setenta, Melody Perkins es una niña de diez años que vive en el sur de Londres. Yo la conocí un poco más tarde a través de la pantalla de un televisor a color recién estrenado en una casa del conurbano bonaerense. Aunque su voz era doblada y me hablaba en español, con Melody aprendí que Lambeth era un barrio de Londres, recorrí sus calles, asistí a su escuela, —muy distinta a la mía— y me pude haber enamorado, dependiendo del día, de sus compañeros de clase, Daniel Latimer y Tom Ornshaw.

Por Silvia Demetilla
Imagen Archtattoo

A mis amigas


Melody me resulta lejana y cercana como la línea del horizonte, como dice Rebecca Solnit. Al igual que miles de chicas de mi generación, yo también quise ser, o sentí que era Melody, y la guardé entre las historias memorables de mi infancia. Reencontrarme con la película después de varias décadas me hizo regresar a mi barrio y acordarme de cuando jugaba con mi amigo Roqui a que yo le incendiaba el diario mientras él hacía como que lo leía o del día en que casamos a mi hermana con otro amigo de nuestra edad, Gabriel, y los paseamos por el patio de mi casa sentados en una rama del árbol que crecía en la esquina. Indudablemente, juegos que Melody nos había inspirado.

Dirigida por Waris Hussain y la primera película de Alan Parker como guionista, Melody se estrenó en el Reino Unido con otro nombre: S.W.A.L.K. (Sealed with a lovely kiss o sellado con un beso de amor, sigla con que los niños firmaban sus primeras cartas de amor en la Inglaterra de posguerra), el 21 de abril de 1971. La película fue un fiasco en la taquilla, sin embargo en Argentina, México, Chile y Japón tuvo un suceso enorme. En 1974 estuvo en cartelera durante más de seis meses en el cine Adán de Buenos Aires esta historia de amor de dos niños que ‘se casan’ y que tiene un final que, en ese momento me parecía romántico aunque irreal, y que no voy a develar por si alguien todavía no la vio.

Melody, la protagonista, es diáfana, sí, pero no tiene miedo de saltar vallas, sentarse en las tumbas del cementerio con minifalda o de correr despeinada bajo la lluvia. Melody cree en el amor idílico y romántico, como Daniel Latimer, su compañero de escuela, que es un poco más bajito que ella aunque tal vez tuvieran la misma edad o incluso fuera mayor. Se gustan y los dos deciden que quieren estar todo el tiempo juntos entonces, ¿qué mejor que casarse? Sus padres y maestros se ríen de su inexperiencia, se oye qué mucho tienen que aprender todavía y les dicen que esperen, que crezcan. Pero Melody y Daniel no quieren esperar ni aprender, y mucho menos crecer. Los ejemplos que los rodean tampoco son muy prometedores, ellos saben que lo que sienten es muy real y que crecer no va a cambiar nada, o tal vez sí, porque temen que, con el tiempo, ocurra lo peor y terminen pareciéndose a sus propios padres.

El mundo de Melody (Tracy Hyde) es simple: ella vive en un council flat (vivienda social) de Lambeth y a veces va a buscar a su papá al pub de la esquina para que vuelva a casa o para pedirle plata para un helado. Un día le compra un pecesito de colores a un vendedor ambulante. La calle se llena del griterío de los chicos corriendo tras el carromato del vendedor de ilusiones tirado por un caballo y es fácil perderse en la algarabía de la vida de un barrio que puede ser cualquier barrio del mundo, el tuyo, el mío. Luego, libera por un rato al pez en un bebedero para animales de tiro, de esos que todavía se pueden ver en algunas esquinas de Londres y que ahora se usan como maceteros. La felicidad del momento es todo lo que Melody siente. La existencia misma. Esa misma felicidad que yo sentía cuando veía la película en mi casa o cuando jugaba sin pensar en el futuro.

Melody muestra un retrato bastante amigable de Londres, por ejemplo, los chicos ricos asisten a la misma escuela que los menos privilegiados: Daniel Latimer (Mark Lester) pertenece a una familia evidentemente más acomodada que la de Melody y la de Tom, —quien tal vez ni siquiera tuviera una familia—, y su madre trabaja de asistente social. Durante una cena en su casa, la señora Latimer se burla de la falta de medidas anticonceptivas de las personas a las que asiste delante de sus invitados que se ríen a carcajadas. En otra escena, la madre de Melody, que está embarazada, interpela a Melody junto a la abuela pensando que algún hombre le pudo haber propuesto algo indecente a su hija, como se decía por aquellos días. ¿Cómo podrían las mujeres imaginarse que ‘el hombre’ al que Melody se refiere, es, al igual que ella, un niño de diez u once años?

Tom Ornshaw (Jack Wild) es otro de los lados del triángulo. Irreverente y audaz, el típico chico que arremete contra todos y todo, y que va a la escuela simplemente porque no tiene un lugar mejor donde quedarse. Humilde, se avergüenza del lugar donde vive, —seguramente otro council flat—, aunque una vez que permite que Daniel lo visite mientras prepara la comida para su abuelo, todo se relaja. Después de todo, no son los niños los que marcan las diferencias sociales ni levantan prejuicios como muros sino los adultos que los crían y educan. Daniel y Tom se divierten al salir de la escuela, viajan en los colectivos rojos de dos pisos que no faltan en las películas en las que Londres sea el escenario y pasean por una Trafalgar Square donde todavía podían volar cientos de palomas. El vínculo de Daniel y Tom parece eterno, porque acaso, ¿quién puede pensar en la finitud de la amistad cuando se tienen diez años?

Cuando Melody me contaba su vida en poco menos de dos horas de película yo también tenía mis dudas y preguntas; yo también, como ella, era chica y quería crecer cuanto antes. Ahora vivo en Londres y puedo decir que gran parte de lo que ella me mostraba era cierto porque existen calles así y todavía quedan restos de la ciudad que se muestra en la película, aunque otra buena parte desapareció bajo el manto del crecimiento y la gentrificación. Sé que en el verano las chicas que van a la escuela primaria usan esos vestidos con telas cuadrillé de colores y que el Sports Day es en el mes de julio; que los encuentros en los cementerios son cosa de todos los días, —en la película, Melody y sus amigas besan una foto de Mick Jagger autografiada que ponen encima de una tumba—; sé que la gente local puede hablar así y que los profesores pueden ser, todavía, muy así. Me asombro viendo las escenas revolucionarias de los compañeros de clase de Melody pero, en aquel momento, no me llamaban la atención y confieso que, como adulta, hoy sigo prefiriendo ponerme los zapatos de los chicos antes que en los de los mayores.

Este año (2021) Melody cumple cincuenta años, la película, porque ella, el personaje, debería tener alrededor de sesenta. Me resulta sorprendente saber que existen miles de personas de todo el mundo que, después de cinco décadas, siguen siendo sus fans. Personas que, con una mezcla de cariño y nostalgia, saludan en sus cumpleaños a Melody (Tracy Hide), Daniel (Mark Lester) y Tom (Jack Wild) —que falleció siendo muy joven—, o que publican fotos de memorabilia y participan en los grupos de Facebook junto a otros niños que actuaron o vieron la filmación de cerca porque asistían al colegio donde se hizo la película y que hoy es un boutique hotel cerca de Hammersmith. También están quienes buscan las locaciones de la filmación en Google Maps para viajar, aunque sea, con la imaginación. Personas a las que, como a mí, les tocó guardar esta postal de infancia para usarla como máquina del tiempo y elevar a Melody a la categoría de películas de culto.

Melody es mucho más que una simple historia de amor o un relato de iniciación. Para mí es un espejo de lo que imaginé de niña que sería la vida en esta ciudad y que, casi sin darme cuenta, me sirvió como llave para abrir la puerta. 

Melody— ¿Cuánto son cincuenta años?
Daniel— Ciento cincuenta trimestres, sin contar las vacaciones.
Melody— ¿Me amarás tanto tiempo? No creo.
Daniel— Por supuesto, ya te amé una semana entera, ¿no?

Silvia Demetilla
Imagen Archtattoo

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