La verdadera lectura exige que se participe intelectualmente con pasión, con respeto al autor, a su creatividad y a su trabajo.

Después de tantas cosas que han surgido para mejorar este mundo, irónicamente asistimos a uno de los puntos más masificados, conflictivos, manipulados, incomprensibles, distorsionados y con menos conexión de los unos con los otros.


Palabras e ilustración Adriana Balderas

Culturalmente hablando, los estándares siguen siendo fuertes, pero ya no tanto desde las editoriales, sino de artistas versus artistas, haciendo que, en vez de existir una perspectiva más amplia todo se estanque como en la famosa fábula de la olla de langostas, encimándose unas sobre las otras para pisar y subir y, al final, todas queden en el fondo, cosiéndose.

Cuando el objetivo es acaparar un espacio para lograr una masa de seguidores y siempre publicar ‘algo’, en ocasiones se hace del arte algo burlesco y sin sentido. Una pelea constante por avanzar a como de lugar donde, si bien las redes sociales ayudan a darnos a conocer más rápido llegando a más gente y más países, en contra cara, y con respecto a lo que se produce, sigue siendo en mi opinión por debajo de la medida cultural.

La lectura, como tal, dejó de ser el vicio clandestino que usamos en algún momento para salir de la rutina, para enfocarnos en las historias o aprender algo nuevo de la ciencia porque la verdadera lectura exige que se participe intelectualmente con pasión, con respeto al autor, a su creatividad, a su trabajo.

Pero la gente ya no lee tanto, la literatura se oculta y la poesía no representa el estado cálido que muchos conocemos. En estos días todo se ha vuelto un concurso inútil, insensible y sin compromiso, dejando de existir esa crítica gozosa de géneros literarios. Es por eso que la lectura ya no está latente como antes y ha dejado de ser prioridad, aunque sea por ocio, por querer acaparar la atención de propios o desconocidos y tener un tema de conversación que asombre incautos con conocimientos diferentes. Muchas personas buscan las cosas fáciles, más imágenes y menos texto, tachando a los que aún toman la lectura como rehén de sus noches en soledad, tildándolos de pretenciosos e incluso de sabelotodos.

Personalmente y hasta la fecha, no he conocido escritor para quien la lectura no sea primordial para poder escribir, imaginar y crear. Y aunque cada quien lee lo que quiere y puede, el desarrollo intelectual es el que debería crecer cada vez más convirtiéndose en un proceso mental que contribuya en su totalidad al desarrollo de las capacidades externas e internas acompañando de destreza al intelecto y formando impulsos para lograr diferentes formas de pensamiento, emociones, inteligencia, sensibilidad e imaginación. Ese es el don de la lectura: sensibilizar las neuronas, estimular el cerebro, ejercitar el intelecto y despertar la imaginación.

Adriana Balderas

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