Escribe: Alexis Degrik
Ilustra: Mitucami
Cómo podríamos ser hijos vivos si nunca nos entregamos a experimentar el encuentro con ese ser que encarna el padre o la madre, cómo podríamos ser completamente amiga si no elegimos día a día excavar en el propio ser para descubrir cómo es serlo en relación a quien, en frente nuestro, la vida puso el rol de amiga.
Como el cuerpo, la estructura familiar y las relaciones son andamiajes vacíos que usamos los seres para desplegar la forma; para pasar de lo inmaterial a lo material. Y son nuestros corazones, es nuestro amor quien los llena. Ser familia reside en el río que corre, no en el lecho trazado. De modo tal que, cada río, cada familia, cada relación, fluctúa instante a instante.
La misión es encontrarnos, en vida e incluso más allá de ella (uno de los desafíos más maravillosos y difíciles que personalmente he elegido vivir).
De la misma forma que un linaje no hace a la relación, sino que la relación nace en el instante en que logramos el encuentro entre dos espíritus, tampoco la muerte da estructura a la ausencia. Y puede que emprendamos una aventura a ciegas para encontrarnos en la esencia con aquellas personas con quienes parecía que la distancia era implacable. En ese momento, la mismísima relación con la muerte y la ausencia se vuelve viva.
La misión, el desafío y el deber de hacernos presentes y de encontrarnos en cada relación nos llama a quienes sospechamos un vacío estéril en los nombres y las categorías: no existo como hermano, hija, amigo, madre, compañera, rival, vecino, maestro… Encarno una existencia que exige que presencie cada encuentro de forma viva, nueva, atenta y entregada.
La misión de encontrarte, y en ese acto encontrarme, me llama.
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