Si el instante cero del proceso creativo existe, nadie puede saberlo. La creación se inicia con un pasado intenso que vuelve apenas anecdótica la hoja en blanco.
Escribe: Alexis Degrik
Ilustra: Mitucami
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La idea, que algunas lejanas veces asumí, de alguien que se sienta frente a la libreta, el piano o el lienzo, viéndolos como un universo inmaculado de ideas y de infinitas posibilidades por aparecer, desconoce una tercera parte en la ecuación: El profundo océano inspiracional que no cesa desde el inicio de los tiempos, con su ruido y movimiento.
Hay un río revuelto de imágenes, sonidos, gestos, luces, sombras, sensaciones, dolores, deseos, que pulsa dentro de las arterias de la imaginación. Y ese pasado de impresiones caudaloso, de constante y subterráneo andar, se suma a otro vaivén de corrientes quizás tan colosales como aquél; es el movimiento de la intención. ¿Existe acaso creación sin intención?
Me animo a meterme en aguas más profundas para preguntarme ¿Existiría algo sin intención? ¿Existiría la vida sin intención? Aquí todo invita a una observación del mundo natural y al origen de la intención que lleva a existir. Esa pulsión tal vez está más allá de una decisión pensada, nace de una inteligencia, en principio, inaccesible. Una sabiduría que parece articular cada ola del mar, cada partícula de polen, cada fotón que viaja los millones de kilómetros que separan al sol de mi balcón. Esa sabiduría inherente vive también en la naturaleza humana. Todo parece saber a dónde va, todo parece crear con maestría por debajo de los procesos mentales y técnicos. Cuántas veces un poema impensado resultó implacablemente oracular, o cuántas veces una canción vino años después de ser escrita a explicarme el sentido de un inesperado suceso futuro.
Sankalpa es una palabra sánscrita que aúna esa fuerza de atención e intención que conecta a una forma de existencia con la creación de su camino, y de aquello a lo que está llamado en la vida (dharma). Esa fuerza potencial, quizás, transforma las miles de millones de frecuencias vibracionales que se convierten en partículas desde la aparente nada. Y también, así es que un ser crea desde la aparente nada, bajo el influjo de una inercia irrefrenable. Usamos vías a las que llamamos imaginación, inspiración e intuición, para acceder a ese mundo cuántico que toma forma de caras, de palabras, de películas vistas, libros leídos y canciones escuchadas, y a las que colapsamos, desguazamos y fusionamos, que masticamos, digerimos y resignificamos. Y así, casi sin darnos cuenta, creamos.
Más que una hoja en blanco, me encuentro ante una playa vacía. A mis espaldas el insondable mar aguarda por desbordarse. Sin embargo, aún sometido a tantas fuerzas descomunales, el poder de dar vida a la creación aguarda un gesto de mi parte. Un gesto insignificante que desencadene el tsunami. De alguna extraña forma, podemos elegir crear o no crear y, de todos modos, al elegir no hacerlo, desde la perspectiva de la vida, estaremos creando.
Me pregunto a menudo (porque cada vez que salgo al pasillo de la mente la puerta de la inspiración se desvanece y se vuelve a ocultar) cómo identificar con una clara señal ese camino de entrada a la creatividad. Algo me responde que la paz, mi paz, es la llave. No la paz idealizada y estéril de la quietud (ya que no existen océanos que guarden calma), sino la de la coherencia, que es la paz que nace cuando conecto con las fuerzas de la vida. Esas que dan espacio y luz para poder Ver.
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