El aislamiento se vive distinto cuando no estás en casa. En estos días de confinamiento, de calles vacías, de días en pausa; yo sólo he pensado en mi pueblo.


Dicen que pronto volverá a hacer calor. La luz ya se cuela por las ventanas, y como el dedo de Midas lo cubre todo con su brillo. Esta luz me recuerda a mi pueblo. El calor que se siente al acercarse a las ventanas, los gatos que se esconden entre la hierba de los jardines, el sonido de las voces que se hacen escuchar por todo el vecindario.  


Escribe: Luis Edoardo Torres
Ilustra: Itziar Barrios


El aislamiento se vive distinto cuando no estás en casa. En estos días de confinamiento, de calles vacías, de días en pausa; yo sólo he pensado en mi pueblo. Mi deseo de libertad no ha recorrido las calles vacías de Atenas, pues la conozco poco. Sin embargo, he recorrido de arriba abajo las de los barrios en Nuevo Laredo. La memoria, el cariño y la nostalgia me permiten caminar las calles vacías, ver a los perros y los gatos que se esconden debajo de los coches, escuchar la música lejana de una radio, sentir el destello de la luz reflejada sobre el pavimento y el golpe de calor que te da en la cara. Es verdad que pienso en los estudiantes y trabajadores griegos que coincidían conmigo en la parada de Acadimías, en los vendedores de kuluri* de la avenida Stadiú que hoy no pueden salir a la calle a ganarse la vida; pero mi corazón, inevitablemente, está del otro lado del océano.

Prefiero no llevar la cuenta, pero sé que para mí el inicio de la cuarenta fue el 10 de marzo, el cumpleaños de Mónica, y el último día que pude asistir a mi clase de griego en el didaskalío. Como migrante recién llegado a Atenas, sin trabajo ni vida social, esa era una de mis pocas razones para salir a la calle. Eso, y mi trabajo como voluntario alimentando a los gatos del Parque Nacional.

Ser voluntario de Nine Lives Greece, en Atenas, me dio acceso a un permiso para salir cada miércoles en punto de las diez de la mañana para visitar el parque y volver a casa, sin desvíos, sin paradas innecesarias. Siempre nervioso de que la policía me detuviera y que, al no poder explicar el motivo de mi salida por no hablar el idioma, terminara metiéndome en problemas. Nunca pasó nada malo. Los gatos siempre tuvieron su comida y yo siempre volví a casa.

Hoy las cosas son distintas. Los atenienses ya sueñan con el verano. Poco a poco regresan a las calles y los cafés, a las peleas en el tráfico. En pocas palabras, a la vida de siempre.  Pero en mi México no. Así que no me siento listo para salir a la calle. No todavía, porque mi corazón, inevitablemente, sigue del otro lado del océano.

Hoy es miércoles y, como es costumbre, salí a alimentar a los gatos. No tuve que llevar conmigo la tarjeta de identidad, ni la carta que me permitía salir durante la cuarentena. Hoy no tuve que preocuparme de ser cuestionado por salir a la calle.

Hoy no sentí el calor colándose por la ventana. Hoy el calor me abrazó (y me abrasó también). Hoy me sentí optimista. Hoy me concentré en las sonrisas de los empleados de los cafés y las tiendas que poco a poco regresan a la rutina, a asegurar su sustento de vida. Hoy me concentré en lo mucho que esta ciudad me recuerda a la mía. Esta primavera que parece haber llegado tarde, al menos para mí, es como las primaveras que yo recuerdo: soleadas y frescas, pero con sudor. Caminé hasta el parque y tomé una ruta distinta, me perdí y por azar encontré el Museo Botánico del Parque Nacional. Traté de imaginar cómo un edificio tan pequeño puede ser un museo. Me prometí que volveré. Me tomé el tiempo de hablar con los árboles y los gatos, de sacar fotos, de imaginar historias, de ver a la gente sentada en las bancas, de alimentar a las palomas (a pesar de que les tengo tanto miedo).

Por un momento me sentí feliz y me olvidé de todo y tuve esperanza y ganas de hacer planes, pero siempre llego al mismo callejón sin salida: ¿Cuándo podré volar? ¿Cuándo podré regresar a casa y dejar que los abrazos y el calor me abrasen? Necesito sol, pero mi sol de lotería, mi sol, el fuego de mayo del que habla Alfonso Reyes. 

Haré una lista de abrazos que quiero dar, de risas, lagrimas y frases cursis para compartir. Haré una lista de lugares para visitar. De cosas que extraño hacer. Haré listas y las voy a cumplir.

Cuando esto termine, aquí y allá… y en todas partes iré a visitarlos. Les contaré la historia de como el parque y los gatos me salvaron. Todos y cada uno de ellos, sin saberlo, me han mantenido a flote, han sido mi faro en estos días en los que a veces no vemos la otra orilla. Cada miércoles, los gatos me esperan puntuales porque somos amigos y toda amistad tiene sus rituales.    

Dicen que pronto volverá a hacer calor y nos abrasará el calor del sol y los abrazos.

* kuluri: pan con semillas de sésamo, amapola y anís.

Luis Edoardo Torres @edtorsan
Itziar Barrios @itziar_barrios


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