Veo mi silueta de mujer en el espejo, apenas puedo distinguirla. No quiero encender la luz. Mejor así, me asustaría notar mis ojos hinchados y mis labios rotos.

Por Silvia Vázquez
Ilustración Kate Theodosiou
BORDE

Anoche fue terrible. Llegó nuevamente ebrio y no vaciló en demostrar su hombría.

Caminó hacia la cocina y se me abalanzó con una mezcla de odio y pasión.

Yo intenté calmarme. Seguramente si hacía fuerza para zafarme se ponía peor. Dejé que sus manos me golpearan, evitando esta vez que mi rostro sea el blanco. Odio salir temprano con los lentes de sol y que todos pregunten si me pasó algo.

El ruido de las ollas sobre el piso asustó al gato que estaba durmiendo en su canasto, en el rincón del comedor. El pobre animal saltó hacia el patio trasero para no ser una víctima más.

Bueno… a veces pienso si no está trabajando duro últimamente, está nervioso y no puede contener la ira…

Anoche fue terrible. Recuerdo que sin mediar palabra, me lanzó el saco a la cara, y me atropelló contra la mesada de la cocina.

Yo traté de serenarme. Cerré los ojos y le supliqué que dejara de golpearme. Se retiró hacia atrás. Creí que lo había vencido el sueño, pero no, tomó impulso y me dio un puñetazo en el estómago. Bueno, al menos ese golpe no es tan visible…

Cuando se movió hacia el costado de la mesa, tropezó con una de las sillas y cayó.

Quedó tendido en el piso, boca abajo. Aún así podía sentir su aliento a alcohol y a cigarro negro. No podía levantar la cabeza. Yo, mirándolo petrificada, tomé la decisión.

Había llegado al borde de mi paciencia, al borde de mi vida, donde si seguía caminando, caería a un vacío del que jamás podría volver.

Intenté llegar al celular del estante de la alacena y marqué el número que Elena me había anotado. Una voz amigable me respondió del otro lado. Apenas llegué a darle la dirección del departamento, cuando caí del otro lado de la puerta. Solo recuerdo que la sirena de la ambulancia se escuchaba fuerte, que mi cuerpo yacía sobre la camilla fría y que él, sentado en el sillón, repetía una y otra vez, que esa era la última, mientras que el policía esposaba sus manos y lo llevaba hacia el frente.

Hoy, aún tengo morados los ojos, y estoy rodeada de aparatos extraños. Me vendaron la cabeza y me hace compañía una señora muy cordial que no deja que nadie se acerque a mí, al menos por ahora.

Silvia Vázquez Escritora y periodista.
Ilustración Kate Theodosiou


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