El muralista Ale Giusto recorre pueblos de Argentina buscando mitos e historias para reflejarlos a través de su arte en un intento de visibilizar las diferencias y el letargo que sufren las provincias y pueblos de su país.


Soy Ale Giusto. Mi viaje comenzó en diciembre del 2019 y quedó en pausa debido a la Pandemia por el Covid19.

En él emprendí un recorrido por el sur, centro y norte de la República Argentina recorriendo ciudades y pequeños pueblos con la intención de reflejar historias o mitos locales relatados en forma de mural. Viajé con los elementos de pintura en mochilas haciendo dedo (autostop) y en autobús.

Como motor conceptual del viaje, mi interés se apoyó en producir contenido en los lugares que visité y visibilizar las diferencias y el letargo que sufren las provincias y pueblos de Argentina, un país que centraliza la mayor parte de la producción artística, cultural, económica, en Buenos Aires, como también su identidad.

Así fue que, un poco con una fuerza disruptora hacia lo hegemónico e históricamente concebido, aunque sin la intención de ser un portavoz externo que les invente una imagen a poblaciones que están lejos del circuito artístico establecido, en todos los pueblos que visité sentí tener el lugar para intervenir un espacio donde las relaciones y las condiciones se fueron dando por sí mismas.

Un ejemplo es Puerto Madryn, una ciudad costera de la Patagonia, donde después de visitar un museo arqueológico encontré una leyenda del pueblo Tehuelche (pueblo borrado del mapa por las nuevas civilizaciones) y una pared donde poder pintar y escribirla para re significarla dentro de la identidad local. En Argentina no se le da a los pueblos originarios una identidad clara ni difusión de su existencia como raíz cultural del territorio. La respuesta de los transeúntes fue muy positiva, e, increíblemente, la mayoría no la conocía.

Finalmente, la escritura ganó un lugar importante en la manera de expresar lo que las experiencias de este viaje me estaba brindando, por eso fui recopilando de manera poética lo sucedido a lo largo de estos meses, compartiéndolas en redes sociales y publicaciones autogestivas/fanzine.

Reuní en estos últimos ocho meses algunas crónicas y anécdotas de los lugares que visité de las provincias de Chubut, Río Negro, Neuquén, Córdoba, Tucumán y Salta en Argentina, y hasta un pequeño viaje a Puerto Varas y Brauna en Chile.

A continuación, las primeras de estas crónicas que iré publicando en este espacio.



7 de Enero de 2020 – Amaicha

En la corteza que rodea las capitales sobre la cáscara de los membrillos, como cabito suelto que nadie come, vive el otro argentino, un actor secundario que duerme la siesta.

Alguna curva del camino juega a ser destino, juega a ser revista, aunque los pueblos se resistan a su propia desdicha de mantener como serenos nocturnos un lugar pobre en oferta turística.

El sol es largo y tarda el mundo en apagarse en la otra Argentina, que no tiene tiempo para preocuparse de las tonterías. Acá el mundo empieza con esa luna redonda cuando el fresco y la noche abrazan al pueblo con su cielo de cuento y su suelo de harina. Pide paciencia el otro país para que lo entiendan , cierra de 2 a 6, por qué pa’ qué gastar tanto el tiempo en esta ardiente tierra perdida, que no solo el gobierno olvidó, también el coche urbano que se escapa de su bondad, riéndose de la pobreza, y levantándole polvo en la cara en una falsa avenida. Rápido que el negro es dueño de esta tierra de mugre que nos sale tan barata y dónde podemos salir a comer todos los días.

Membrillos en Amaicha

Cuando con el otoño se cierra el portón de marzo, vuelve a tragarse la tierra ese puñado de gente que el resto del año se guarda en una postal, de una experiencia salvaje burda, de héroes de vinchuca que sobrevivieron a nadar en agua sin cloro y a comer sin servilleta. Entre las montañas, el viento sigue golpeando una casa de barro que existe en la columna vertebral de un continente, en el regazo de un país que mira hacia el mar buscando una identidad al otro lado, mientras consume los granos que sangran de los brazos de quienes no quieren aceptar hermanos de esta otra Argentina.



Bariloche

Conocí a Fernando antes de irme a Chile y que la lluvia me echara a perder los planes. Su tapicería, como lugar de trabajo, funciona sin la necesidad estética para llamar la atención que tienen los otros locales de comercio.

Un día pasé por su taller, le comenté una idea de pintar algo en su fachada y le gustó.

No pude hacerlo esa semana. El clima no me dejaba salir a pintar y pronto tendría que cruzar la frontera hacia Chile donde había coordinado con unos amigos para pintar un mural de ese lado de la cordillera.

Aquél día que le comenté la idea para su fachada, Fernando se preocupó. Chile, desde que tiene uno memoria pero más en los últimos meses/años con la presidencia de Sebastián Piñera, se convirtió en un lugar hostil para los que trabajamos en lo cultural, luchando con la mirada puesta en un horizonte inclusivo que enriquezca nuestros futuros y el de los más golpeados por el capital y la derecha.

Fernando me habló un poco haciendo una pausa en sus trabajos: “¿Estás seguro que querés ir a Chile?. Tené cuidado, ahora está todo revuelto.¿Tenés donde parar? ¿Necesitas algo para llevarte?”.

A pesar de pensar que Fernando exageraba, la realidad es que la idea de ir a pintar murales con contenido político a un país que no era el mío, donde mis propios amigos se habían ido de Santiago por presión, movía algo en mis adentros, pero iba a ir de todos modos.

Las preocupación de Fernando, un completo desconocido, fué como un abrazo. Fue un aguilucho que voló junto a mí durante la ida y la vuelta. La empatía de barrio hacia el que precisa ayuda. Una soga entre el prejuicio hacia el porteño, y el abrazo cuasi de padre del hijo que se va, hacia un destino incierto. Cariño.

Tal vez acá soy yo el exagerado.

Tardé en volver a la tapicería de Fernando por que en el medio visité otro pueblo en los Andes, pero un día volví. Fernando se acordaba. Me dijo que pensó muchas veces en por qué no había vuelto. Por qué tardaba tanto, si no había podido volver de Chile. Si me había pasado algo, pensando en por qué no me había pedido un número de teléfono en el que ubicarme.

Pudimos hacer el mural, en el que conservé el valor que le da la historia a las paredes que resisten por su firmeza, como el trabajo de Fernando que no necesita publicidad ya que se la dan sus manos y los muebles que arregla.

Puse una pequeña frase que me acompaña siempre que vuelvo a casa, ya sea por sentirme en peligro o sapo de otro pozo. Y la que también me salva de poner mis manos en proyectos vanidosos. Pude volver, y ganarme la sonrisa de Fernando.

Ale Giusto


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